Trabajo práctico Nº 10.
La clínica en su contexto
Presentamos aquí un artículo del sanitarista José Carlos Escudero donde habla de la mortalidad infantil desde una mirada social. La propuesta es que dialoguemos con el autor sobre algunas afirmaciones que aquí aparecen.
1. Escudero nos dice que las estadísticas en el país mienten porque solo se contabilizan los casos atendidos. ¿Qué opina de dicha afirmación? señale que cuestiones se realizan en su lugar de trabajo para incluir la demanda invisible.
2. También liga la cuestión del aborto con la mortalidad infantil. ¿ ud entiende que la cuestión del aborto está directamente vinculada con la mortalidad infantil? Explique
3. En relación a la salud mental promueve un pensamiento socio histórico. ¿Ud contempla cuestiones referidas a la subjetividad de la época en la atención clínica cotidiana?
4. En un tramo de su alocución Escudero plantea cuestiones de presupuesto. ¿qué opinión le merece el presupuesto nacional en salud? ¿en qué pondría el acento ud para palear la cuestión de la mortalidad infantil en argentina?
Dr. José Carlos Escudero
Muchas gracias por estar acá. Hay muchas cosas para decir en poco tiempo.
Para describir el nivel de salud de la población argentina voy a empezar haciendo un análisis de las tasas de mortalidad. ¿Por qué mortalidad? Porque la mortalidad es un dato demográficamente sólido. La muerte es un fenómeno fácil de definir, y ocurre una sola vez. Leyendo la literatura se refieren algunos casos de resucitaciones, pero son muy pocos, estadísticamente no pesan, así que voy a centrarme en la mortalidad.
¿Por qué no datos de morbilidad, de enfermedad? Quiero plantear por qué no los elijo pese a que se los usa en el análisis habitual. En Argentina, los datos de morbilidad suelen ser datos de “gente atendida” por su enfermedad, no de “gente enferma, esté o no atendida“. Esta diferencia es muy grande; por ejemplo, si la situación política argentina se sigue caldeando, cosa que no descarto para nada - ¿vieron lo que es un “personal trainer”? un personal trainer entrena a alguien para mantenerse en buen estado; la oposición salvaje que recibe el gobierno nacional es el mejor personal trainer-, como decía, no descarto que, si se caldea la situación política, el gobierno genere una inversión en salud pública gratuita mucho mayor que la insignificante actual de 1,9 % del PBI. Imagínense que se duplicara la oferta estatal gratuita de horas de atención, aparecería gente que está enferma pero que hoy no sale de la casa porque sabe que si va al hospital va a tener increíbles demoras. Además en la Argentina de hoy no se buscan activamente casos de enfermedad, así que si esta inversión estatal adicional se tradujera en una mayor oferta de servicios y una activa búsqueda de enfermos veríamos que .las estadísticas actuales de morbilidad no sirven, y que para conocer el verdadero perfil de morbilidad nacional solamente servirían estas nuevas. Adivino lo que en esta circunstancia va a hacer el grupo Clarín, ya que las personas que estaban ocultas y ahora se atienden generan estadísticas de morbilidad, todas las tasas de morbilidad subirian y no porque aumentela enfermedad sino porque aumenta la atención. Esto, en manos de un monopolio mediático se va a usar para decir: “Este gobierno es espantoso, aumentan las enfermedades”.
Con respecto a salud mental y a hacer consideraciones sobre ella hay un problema; como todo porteño intelectual clasemediero tengo un estrecho contacto con gente “psi”, en parte como paciente. Lo que yo creo notar en los análisis “psi” de la salud mental argentina, es que subestiman datos de la “materialidad” argentina. Argentina era a partir de 1946 el mayor Estado de Bienestar en la periferia capitalista, esto fue conseguido por el primer peronismo: proteccionista, keynesiano, industrializador, con buenas tramas de seguridad social. A partir del baño de sangre de 1976 empezó el salvajismo. Quiero darles unas cifras: entre el 76 y el año 2003 -momento máximo de la crisis de la burbuja de la convertibilidad- la pobreza subió 7 veces, este es un record para poner en el Guinness; la indigencia, que es la pobreza extrema, que es no tener plata para comprar la canasta de alimentos, subió doce veces. En contra de un mito de la clase media, la gente que más sufrió no fue esta, sino los mas pobres, y quien más pobre ya era, más sufría; la deuda externa subió 20 veces; la diferencia entre el 10% más pobre y el 10% más rico en la distribución de ingreso, que era más o menos 10 a 1 a comienzos de la década de los 70, subió a treinta y tantos a 1 en el 2002 y ahora bajó un poco, a veintitantos a uno; el trabajo se precarizó, el desempleo pasó a ser de dos dígitos, estructural. Todo esto generó cierta subjetividad en la población. La subjetividad no es resultado solamente de aquellas categorías explicativas que analizan la construcción del aparato psíquico más o menos endógenamente, sino también, e inclusive predominantemente, de condicionantes exógenos donde la vida material es fundamental. Tema para discutir en clases de “género y vida laboral”: un país que tiene alto desempleo, trabajo precarizado y facilidad para echar gente, es un país donde las mujeres van a tener que bancarse más acoso sexual en el trabajo, esto es estrictamente cierto porque la ética del autorrespeto queda tapada por la supervivencia. Todas estas variables, que convirtieron a la Argentina, en unos pocos años, en un ejemplo extremo de empobrecimiento, crearon una nueva subjetividad colectiva; antes la Argentina no era sólo un país rico en términos latinoamericanos, parecía ser un pedazo de Europa que vino a recalar al cono sur por eso de la dinámica de placas, eso ha creado una notable subjetividad de clase media -recomiendo el libro de Adamovsky, Historia de la clase media para ver cómo se creó cierta subjetividad de clase media en nuestro país-. Y ese país de clase media explotó... Y esa explosión generó una subjetividad de inseguridad, así que si buscamos explicaciones de depresiones, eczemas, asmas, hipertensiones, violencia doméstica, pensemos un país donde parecía que había certezas y las certezas se tradujeron en incertidumbres. Es el insomnio de la gente que está trabajando, que sabe que están echando gente y que los pueden echar. Estas variables de explicación socio-históricas y políticas entran muy poco en el ambiente psi, y si entran en el imaginario de clase media se traducen, o suelen traducirse, en la venta de una molécula patentada: algún psicotrópico: un chaleco de fuerza químico para el malestar.
Así que no voy a hablar de morbilidad, no voy a hablar de salud mental. Hablemos de mortalidad. En este momento algunos países del mundo han llegado a tener menos de 5/1000 de mortalidad infantil, cosa que hace cuarenta años yo pienso que nadie hubiera pronosticado. Menos de 5/1000 es 0,5%, es insignificante. Esos mismo países han llegado, más o menos, a tener mortalidad materna de menos de 10 muertes maternas cada 100 000 nacimientos, eso es prácticamente erradicar la mortalidad materna, salvo que uno sea actuario y no epìdemiólogo. Hablemos epidemiológicamente: para conseguir estas cifras espectaculares de erradicar mortalidad materna es condición necesaria despenalizar el aborto y si el aborto, además de despenalizarlo, se hace gratis en hospitales públicos, esa es ya condición suficiente. Los países que lograron esto están teniendo letalidades por aborto de una muerte por aborto cada 100 000 abortos efectuados, ¿se dan cuenta? El aborto es muy traumático, pero deja de ser factor de muerte o factor de mutilación irreversible del aparato genital femenino; esos países han llegado a extremos de buena salud corporal, todo esto lo digo por su mortalidad, que son admirables. Pregunta de cajón a alumnos: “Caractericen políticamente los países que llegaron a esta hermosa situación”, respuesta obvia: Escandinavia, bien, chocolate por la noticia; respuesta un poquito menos obvia: los estados de bienestar de Europa occidental, bien; y del sur de Europa, también bien; respuesta aún un poco menos obvia: Australia y Canadá, no, Nueva Zelanda, no, Estados Unidos, no; respuesta no obvia: los tigres asiáticos, Japón, Corea del Sur, Singapur, Hong-Kong. Y digo esto porque mis alumnos suelen ser autodefinidos de izquierda, conocen todos los clásicos canónicos, conocen los catecismos de esos clásicos que generan respuestas automáticas. Para algunas personas, se consulta a los clásicos y está todo aclarado. Para complejizar estas simplezas, los países “tigres asiáticos” llegaron a tener una buenísima salud por un carril que es diferente al carril social-democrático europeo o de Europa del Norte, que vale la pena estudiar. Si uno compara la mortalidad de Corea del Sur con Argentina es para llorar, si uno es argentino; Corea del Sur llegó hoy a tener niveles de mortalidad cuasi-europeos, y tenía niveles mucho peores que los de Argentina en 1960. Así que pensemos: con estos buenos niveles de salud, hay que estudiar el mecanismo político que los consiguió y hay que admirarse que estos países han llegado a una situación absolutamente deseable. A esto se puede llegar. Se suma a estos países Cuba, país pobre, a diferencia de los anteriormente nombrados, y que por suerte sobrevivió a varias invasiones norteamericanas y al colapso del “socialismo real“ que la subsidiaba. En salud colectiva hay que pensar en mecanismos de causalidad originales, esto sirve para Cuba. Yo propuse como tema de tesis de doctorado “La fuerza aérea revolucionaria y la buena salud colectiva de Cuba”, cosa que puede interesar a algún doctorando. Reflexionemos: como Cuba es una isla, hay que invadirla por mar, invadir por mar es complicado. En el caso de la invasión de Playa Girón, la Fuerza Aérea Revolucionaria tenía ocho aviones en condiciones de vuelo; la CIA pensaba que no tenía ningún avión en condiciones de vuelo y tenía ocho. Los aviones despegaron y hundieron los barcos; y el juego norteamericano, que era una cabecera de playa para que aguantara una semana hasta que Estados Unidos reconocía el gobierno de Miami aposentado en la playa, no se pudo dar porque la invasión se combatió y se derrotó rápido. ¿Me siguen el razonamiento? Entonces, categoría analítica para salud colectiva: un Seahawk en condiciones de vuelo y equipado con bombas, bien, sigo el hilo central. Argentina: si tuviéramos la mortalidad infantil de Cuba, tendríamos por año 5000 muertes infantiles menos que las que tenemos hoy. Si tuviéramos la de Suecia tendríamos 8000 muertes menos. Tenemos una muerte por aborto cada día por medio, más o menos. Eso hay que cambiarlo.
El gobierno argentino acaba de tomar una medida fundamental para mejorar la salud argentina, una medida que uno puede calificar de “Carrillista”, ambiciosa, universalizadora, carísima e inclusiva en grado máximo: es la Asignación Universal por Hijo. Se dan cuenta de la ironía, esta medida espectacular, 0,6 % del producto bruto, 10.000 millones de dólares por año, con tres millones y medio de chicos incluidos, está mejorando los niveles de salud porque la gente muy pobre tiene bastante más plata en el bolsillo. Esa medida no salió del Ministerio de Salud, salió del Ministerio de Desarrollo Social, porque lo que yo observo como observador independiente -soy profesor universitario- es que la única débil medida útil importante que hizo el Ministerio de Salud en los últimos años fue cuando hizo alguna señal para propiciar la fabricación pública de medicamentos. Eso retrocedió con el ministro Manzur, están acá en la platea varias personas que han sido purgadas debido al retroceso de esa medida. El Ministro Manzur se opone a la fabricación pública. Medicamentos es un tercio del gasto total argentino en salud. Medicamentos fabricados por el Estado serían, para empezar, el establecimiento de “controles” para poner en evidencia lo que es caro, e inclusive de baja calidad, del sector privado. En Salud a nivel nacional tenemos un estancamiento o un retroceso. Ironía: en salud argentina, la posta la está tomando el Ministerio de Desarrollo Social. Si uno quiere ser intelectual crítico de la Asignación Universal, el problema es que si se da plata a la gente en el bolsillo, esto tiende a aumentar la compra de alimentos -porque los pobres lo primero que compran son alimentos- y como la oferta es inelástica, eso da inflación. Yo hubiera propuesto en paralelo más medidas desmercantilizadoras en el sector salud, como por ejemplo, un sistema mucho más ofertor gratuito en salud, y en educación algo así como doble escolaridad para todas las escuelas públicas. Son satisfactores no mercantiles, no son inflacionarios, absorben mano de obra para trabajar, lo cual políticamente es esencial. De cualquier forma, la Asignación Universal por Hijo es una buenísima medida.
Salud es el peor lobby que hay en el capitalismo. Mario Rovere lo explicó. Si uno es capitalista e invierte en salud gana más plata que invirtiendo plata en ningún otro sector y la posibilidad de control es mínima. Yo estoy preocupado por Obama, porque a Obama lo esmerilaron, y porque el sector salud, a diferencia y peor que el “campo argentino”, aprieta un botón mucho más sensible en la población, que es miedo a la epidemia, la plaga, la enfermedad bíblica. Esto es lo que van a decir a gritos cuando el Estado quiera tomar medidas activas de justicia social en el sector salud. La epidemia de dengue fue un verso del principio hasta el fin, el miedo por el dengue. Y a nivel mundial tuvimos el verso de la gripe porcina, que permitió que algunos ganen 40 000 millones de dólares. Así que la forma de manejar “verso” por un sector salud cada vez más corrupto, que maneja medios, que paga políticos -no solamente en Estados Unidos- es terrible, es un enemigo feroz. Yo veo un escenario más activo por parte del Gobierno si se caldea la lucha política y si el gobierno tiene en cuenta que la salud es un factor de legitimación muy rápido. Si uno quiere legitimar a través de la educación, o de la vivienda el resultado es más diferido. En salud la mejora y su percepción son casi instantáneas. Tengo escrita una de varias propuestas con diferentes escenarios que usan como variable exógena el poder político: “con mucho poder político hacés esto, con poco poder político hacés esto otro”; lo que estoy proponiendo con poco poder político es que el Estado Federal pague salarios para los trabajadores de salud en las provincias, como hizo aquel revolucionario Sarmiento (¿se acuerdan de Sarmiento, el izquierdista?), pagaba salarios de maestras con plata federal, eso era la ley 1420 de educación pública. La relaciones bilaterales del gobierno federal con una provincia aumentan la legitimidad de ambos gobiernos, generan la contratación de trabajadores del Estado que por conservar el empleo se van a resistir al sabotaje, que va a ser feroz, y la gente –pequeño detalle- se muere y enferma menos. Fíjense en experiencias recientes de creación de legitimidad a través de la salud: lo que hizo Chávez con Barrio Adentro, y diciendo una cosa que es políticamente incorrecto decir en Argentina, lo que hace Hamás en la franja de Gaza.
Pronóstico mundial: la crisis mundial sigue agravándose, en muchísimos países del mundo están aumentando el desempleo, la desnutrición… El tipo de angustia que los argentinos sentimos en el 2001 la están sintiendo muchos países ahora. Basta leer internet todos los días, esto no aparece en la prensa argentina, el 2001 se está repitiendo en países tan improbables como Islandia, Irlanda, Estonia, Letonia, Ucrania, que replican un modelo argentino y esta burbuja reventó inicialmente en Argentina. Así que se nos vienen tiempos movidos, nosotros trabajamos salud y no solamente tenemos la gratificación narcisista de que tratamos de que la gente se muera menos, sino que la salud es un elemento central en el imaginario y en la acumulación de poder político. El enemigo, para sabotear, dirá “qué mal está la salud”, para nosotros nos queda el ganar poder político a través de acciones de salud que beneficien a la población. Nada más.
derechos humanos y gestión en salud
DERECHOS HUMANOS Y GESTIÓN EN SALUD
región sanitaria VII
región sanitaria VII
viernes, 10 de septiembre de 2010
Trabajo práctico Nº 9
El discurso de poder.
• Las prácticas en salud no solo son acciones sino que tienen que ver con una lógica, con una posición que ocupa el residente en un espacio instituido. Ya sea que trabaje en un manicomio, en un hospital polivalente o en un centro de salud. En este trabajo práctico incluyó un tramado, un sello simbólico para comprender donde están insertas las experiencias. Michel. Foucault fue un pensador francés que desarrollo una teoría del poder que nos viene bien para avanzar sobre lo bosquejado. En este sentido jamás Foucault se preguntaría: ¿qué es un residente? sino que diría: ¿cómo se constituye un residente? Para descubrir eso, apuesta a lo que él llama una “arqueología del saber”, concepto desarrollado en un libro que lleva ese nombre. Por otro lado, hablaremos del modelo médico hegemónico y también de los aportes de Bauman, para pensar la posición que adoptan los profesionales de salud para adaptarse a los tiempos que corren.
1. La residencia tiene una estructura organizacional que tiene muchos puntos de contacto con lo militar. Un orden patriarcal, respeto por las decisiones jerárquicas, un uniforme, las guardias, etc. Entrego aquí un primer articulo de Foucault que habla de la ética médica pero deja entrever la de otras profesiones que nada tienen que envidiarle a está. La propuesta es que puedan escribir algo de su práctica que tenga que ver con el discurso de poder que entiendan que los atraviesa. (a) Responder: ¿Quién habla, donde habla y a quién le habla?
2. El mismo articulo propuesto conjetura también sobre la pareja: médico / paciente. ¿Podría explicitar como funciona esta diacrónico par en la especialidad que eligió para transitar su residencia? Explicite para ud cual es el territorio de sus prácticas (consultorio, barrio, sala de operaciones, etc) y como influye esto en su hacer. Posteriormente, le voy a pedir que explicite que puntos de contacto aún guarda con el modelo médico hegemónico y que cuestiones lo separan de él.
3. Bauman nos habla de un mundo líquido. Afirma que es un modo de transitar la cuestión de las identidades en la postmodernidad; el concepto señala que un sujeto en vez de tomar modelos de identificación fijos, encuentra formas más solubles para hacerlo. Nos habla del matrimonio como institución, del tema de las nacionalidades y también del mundo laboral. Hoy, a diferencia de otros tiempos, los empleos no son tan asegurados, sostenidos, rígidos. El ejemplo es el agua que dispersa en una superficie y comienza a tomar la forma del recipiente. Si lo ponemos en una botella el líquido asume esa extensión pero en cambio si lo dispersamos en el piso aparece otra. La pregunta aquí es, si observa que tanto el tema de los lugares de trabajo y el vinculo con otras especialidades ha comenzado a transformar su modo de pensarse como profesional de la salud. ¿Cómo decirlo sin caer en futurología? ¿ud está seguro que se desarrollará siempre como farmacéutico en un comercio, como psicólogo en una escuela o como médico generalista en un Municipio? O ¿ud entiende que las vicisitudes del desarrollo profesional lo irán llevando por distintos rumbos? ¿Podría explicitar las consecuencias de una o de otra determinación?(leer articulo de apoyatura) (b)
(a)
La Obra de Foucault y el tema de la medicina.
Apuntes en diagonal sobre la perspectiva de una práctica transdisciplinaria y discursiva.
Jorge O. Tarela
Introducción
Desde la publicación de "El nacimiento de la clínica"en 1964, hasta la publicación de "La arqueología del saber"en 1969 pasaron 5 años, y en esos años la escritura de Foucault y sus líneas de acentuación respecto del amplio tema de la medicina, su discurso y su clínica, sufrieron modificaciones que el autor supo desplegar en el texto. La relación entre Foucault y la medicina no se cierra en -mucho menos entre- esos textos: es a la vez anterior y posterior, un vector elocuente de su Obra. No apto para una moral de estado civil como la que rige nuestra documentación, Foucault siempre imploró que lo dejen tranquilo cuando se trata de escribir, su amor a lo variable es lo que hay tener en cuenta para realizar lecturas -aunque sean parciales- de su Obra. Tomaremos nota entonces de esa variabilidad intrínseca en el hilo de la escritura del decir de Foucault sobre la medicina.
Estructuralógicas
A los fines de marcar hitos seleccionaremos en principio un capítulo del "El nacimiento de la clínica", el titulado en forma imperativa "Abrid algunos cadáveres"(1). Foucault comienza haciendo la reconstrucción que considera falsa respecto a la actitud ante los cadáveres. Subraya así una ilusión con el sentido preciso de una justificación retrospectiva, lo que coloca sobre el tapete a la relación establecida entre la anatomía patológica y la clínica, siendo estas dos formas del saber que se yuxtaponen y para nada son derivadas la una de la otra, tal como pretende la ilusa historia.
De esta forma se despeja en el itinerario el descubrimiento fundamental de Bichat, basado en un principio de desciframiento del espacio corporal a su vez intra, inter y transorgánico. El verdadero descubrimiento de Bichat está basado en la esencia constitutiva de la delgadez de un tejido, superficie corporal del pliegue.
El descubrimiento decisivo del Traité des membranes, sistematizado después en la Anatomie générale, es un principio de desciframiento del espacio corporal, que es la vez intraorgánico, interorgánico y transorgánico. El elemento anatómico ha dejado de definir la forma fundamental de la espacialización y de ordenar, por una relación de vecindad, los caminos de la comunicación fisiológica o patológica; no es ya más que una forma segunda de un espacio primario que, por enrollamiento, superposición, condensación, lo constituye. Este espacio fundamental está definido por la delgadez del tejido...(2)
El acento de la referencia foucaultiana no es tanto respecto a este objeto nuevo para la medicina -esa superficie llamada tejido- sino en el ojo de Bichat como ojo clínico que concede un principio epistemológico absoluto a la mirada de superficie.
Foucault muestra el relevo, el desplazamiento realista, que va de la estructura del que mira al rostro de lo mirado. Foucault señala cómo la anatomía patológica avanza en el sentido de lo ordinal antes que en sentido localizador imaginario. De este modo la pregunta sobre la enfermedad cambia de estatuto, ya no es algo pasivo sino un elemento activo: la enfermedad es un sujeto alojado en un objeto real para esta nueva medicina: ese objeto es la superficie-tejido. De este modo el análisis es un momento esencial para todo proceso patológico.
Notese el subrayado de Foucault en el sentido de anotar el cambio en la percepción analítica a la percepción de los análisis reales. Este abordaje de Bichat en la medicina es simétrico al que realiza Lavoiser en la química, ubicando cada elemento en un conjunto definido por los otros elementos confluyentes. Foucault destaca que el furor clasificatorio que la medicina después y antes de Bichat desarrolla, sólo adviene como furor después y, por cierto, a contrapelo del descubrimiento de Bichat.
De esta cuestión surgen las preguntas por encadenar a la vida, la enfermedad y la muerte, es decir un anudamiento cronológico, temporal. A través de una pregunta esencial -¿qué es lo patológico?-, surge la idea de que es el médico el que produce un espesor, un volumen. Este volumen difiere en la medida trastoca la mirada del médico, puesto que esa mirada se dirige a un objeto superficial. En este punto Foucault apoya la critica medico-paciente en tanto pareja: hay un punto fijo que se corresponde con el origen de la mirada del médico, y desde allí queda trastocado no solo lo espacial sino también lo temporal de la experiencia: surgen lo que Foucault llama las reglas de localización, la regla de centro y de primitivismo y por vez primera la coincidencia entre un tiempo mórbido y el espacio orgánico.
Tomando las cosas en su severidad estructural no ha habido ni matrimonio ni pareja; sino constitución de una experiencia, en la cual la mirada del médico se ha convertido en el elemento decisivo del espacio patológico y su armazón interna.(3)
Foucault rescata entonces de su análisis un objeto particular que determina un nuevo tiempo espacio para la clínica médica, junto al valor de una mirada única, correspondiente a ese dispositivo -el subtitulo del libro es "Una arqueología de la mirada médica". Foucault acentúa en forma admirable el valor y las consecuencias de esa mirada, al punto que la fusión entre objeto y mirada -superficie orgánica y mirada del médico-quedan ubicadas en un mismo plano para Foucault, aunque se recorta del texto que no se trata de lo mismo. Esta con-fusión -según nuestra consideración- tiene una consecuencia en la lectura posterior de Foucault. Pero primero sigamos con el recorrido del autor.
Arqueológicas
En "La arqueología del saber"(4) retoma estas consideraciones sobre la medicina con un matiz diferente, alejado de todo estructuralismo: lo trabaja como relaciones entre enunciados. Se considera entonces a la ciencia médica como un determinado estilo o carácter de enunciación, construida como un corpus de conocimiento que supone esa mirada fija en las cosas, una misma cuadrícula del campo perceptivo, un mismo análisis del hecho patológico según el espacio tiempo que logra definir: el del cuerpo visible.
Foucault subraya en este nuevo análisis el valor que tiene un mismo sistema de transcripción en lo que se percibe en lo que se dice. Esto lo conduce a subrayar una serie de enunciados descriptivos. A su vez enfatiza el matiz fragmentario de estos enunciados puesto que coexisten junto a un conjunto de hipótesis sobre la vida y la muerte, junto a elecciones éticas, a decisiones terapéuticas, reglamentos institucionales, modelo de enseñanza, conjunto de descripciones, etc.
A esto Foucault le agrega que en los mismos enunciados hubo desplazamientos: de Bichat a la patología celular el médico ha dejado de ser el lugar del registro e interpretación de la información -puesto que hay intermediarios que el médico debe usar- que modifican -respecto del paciente- su situación de sujeto observador. Comienza así la crítica de Foucault a lo se que consideró en el capitulo antes subrayado de "El nacimiento de la clínica"(1): definir que el discurso médico como un sistema codificado y normativo se desintegró con Bichat y Laëneec. Entonces,cómo se define la unidad de la disciplina médica sino como un conjunto de reglas en donde coexisten enunciados dispersos y heterogéneos.
En este sentido Foucault se interroga sobre qué sistema rige la repartición, o el sistema de apoyo entre unos y otros de estos enunciados, la manera en que implican o se excluyen, la transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición o su reemplazo, etc.
Más adelante en el capítulo "La formación de la modalidad enunciativa", Foucault subraya las preguntas por quién habla, en dónde habla, a quién le habla, para subrayar el establecimiento en el discurso médico de cierto número de elementos heterogéneos que no siempre conciernen al estatuto médico. Este es el punto al que se arriba. Pero cual es el recorrido entonces entre un texto y el otro.
En el análisis propuesto, las diversas modalidades de la enunciación, en lugar de remitir a la sintesis o a lafunción unificadora de un sujeto, manifiestan su dispersión. A tal respecto, la expresión de "mirada médica", empleada en el "nacimiento de la clínica" no era muy feliz.(5)
Foucault pasa de destacar un valor confuso del estatuto del objeto de la clínica (superficie-mirada) al valor de un conjunto bien establecido de reglas basado en la dispersión de la función unificadora del sujeto. Foucault critica ese punto fijo origen de la mirada clínica del médico para condensar el valor de lo disperso en el conjunto de reglas que ya no unifica. Pero recordemos que para esto primero Foucault tuvo que resignar al valor de un objeto que describe, para subrayar el valor de una mirada, y después resignar ambos en el campo de una práctica discursiva, en donde se predica de lo que se percibe en lo que se dice. La pregunta entonces es la siguiente, ¿que valor tiene el objeto de la ciencia médica en su práctica discursiva?. Estamos de acuerdo con la intervención de Foucault por descolocar el valor de la mirada y propiciar la práctica de un discurso, por conjurar lo evidente de las evidencias en función de un decir reglado por la experiencia. Pero ¿esto implica que el objeto -superficie-mirada- del que se trata no tiene lugar en el seno de ese discurso que el mismo instaura?.
Voluntades o Lógicas del poder:
Leemos en Foucault que las practicas discursivas -y el ejemplo que sigue dando es la medicina- es un campo de regularidad para diversas posiciones de subjetividad. Este campo Foucault lo nombra como un espacio de exterioridad. ¿Exterioridad respecto de qué?: de la clínica y la práctica médica en relación a un corpus teórico, pensados como un conjunto de reglas en dispersión. ¿No es en esta exterioridad en donde aparece la pregunta por el objeto, en donde se cuece -por así decir- la verdadera objeción? Tal vez no la objeción de la medicina, pero si la dispersión que ella produce en la medida no formaliza su objeto y requiere de una práctica discursiva como espacio de exterioridad, en donde se retome la consideración tanto de la dispersión subjetiva como la de la función del objeto. Así queda planteado en ese espacio de exterioridad la problemática del saber-verdad-poder. Habrá que esperar al Foucault posterior plantear de lleno esta cara del problema.
El discurso, concebido así,(...)es un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto y su discontinuidad consigo mismo. Es un espacio de exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos.(6)
Para nosotros una experiencia en exterioridad tal como lo plantea Foucault es la que damos a llamar transdisciplina, auqnue tal vez mejor sería designarla transdiscursiva, pues la pensamos como un más allá de cada disciplina o discurso interviniente en relación a las otras disciplinas o discursos también intervinientes. Esta experiencia de discurso llamada transdiciplinaria es una forma de objetar -es decir: una objeción- a la disperción evocada por cada disciplina o discurso. Es una experiencia en donde la verdad y el saber en relación a los discursos intervenientes se acopla con la práctica del poder (y en este sentido es mejor llamarla transdiciplinaria, puesto que toda disciplina implica un uso de poder, una estrategia). Que la medicina recurra en su historia recurrentemente a un campo exterior a ella misma, produce resquebrajamiento de su saber en procura de una verdad que no acontece (en este sentido hay un permanente quiebre epistemológico discursivo). Pero también produce el armado de un poder técnicamente utilizable basado en la resistencia de un saber que controla (en este aspecto el quiebre es disciplinar y ético). Pero esto no es algo propio de la medicina, puesto que acontece en cualquier disciplina o discurso que se precie de tal. Apostar a la transdiciplina o a lo transdiscursivo es entonces arremeter cuestionando al poder en la juntura de la disyunción del saber y la verdad. O, como intentó Foucault arrinconarlo entre un objeto y su discurso. Entendemos que hay un nuevo rodeo en Foucaault por el tema de la medicina, no siendo ésta sino un tema secundario en los hilos de la escritura posterior del autor. Por ejemplo -y no pretendemos en este punto, como tampocolo pretendimos antes, realizar un confiscación de lo dicho por la Obra- en "El dispositivo de sexualidad" del primer tomo de la "Historia de la sexualidad" subtitulado "La voluntad de saber" dice:
...que dónde hay poder hay resistencias, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder (...) Los puntos de resistencias están presentes en todas partes dentro de la red. Respecto del poder no existe, pues, un lugar del gran rechazo. (7)
Si en ese espacio de exterioridad es posible entonces que la resistencia se amplifique, que el rechazo (en forma imaginaria vislumbrado como rechazo al otro saber o a la verdad del otro) se manifieste detentando para sí el poder de su saber o de su verdad. Habrá pues que seguir atentos a las lecturas renovadas de la Obra de Foucault sobre estos puntos, que hoy llamamos voluntades, ya que dan en la tecla a una cuestión tan necesaria de la transdiciplina o prácticas transdiscursivas.
(b)
“Vida Líquida”*
M. Soledad Lastra
FAHCE- UNLP
“Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”(1) así se inicia la invitación que Zygmunt Bauman le extiende a sus lectores para transitar en su libro por las distintas dimensiones que componen lo que él llama la vida líquida del mundo moderno, de nuestro mundo.
El autor recorre a lo largo de todo el libro los nudos más gruesos y complejos del mundo moderno líquido por el que transitamos o intentamos hacerlo. Para Bauman, la liquidez de esta vida moderna consiste en una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante(2) y se encuentra indefectiblemente atravesada por una tramposa combinación entre libertad e inseguridad. El paso diario de las personas por este mundo moderno deja de ser tal para convertirse en una inacabable carrera rumbo a una seguidilla indefinida de objetivos de corto plazo, que se suceden de forma constante al son de la renovación y los cambios.
Su primer capítulo, El individuo asediado, aborda la intrincada aporía del individuo en tanto ser que está obligado a diferenciarse de los demás -a ser único- en una sociedad en la que todos sus miembros deben cumplir con tal precepto y, por lo tanto, resultan parecidos. Esta contradicción lógica, dirá Bauman, no es tan importante en su significación filosófica sino en cuanto determina un desafío que la misma sociedad les impone a sus miembros quienes se ven exhortados a hallar un camino de emancipación, autenticidad e individualidad. El autor entiende que el truco que subyace a este desafío es el reconocimiento de que dicha tarea es imposible mientras que tal imposibilidad es el sustento de una sociedad que le otorga a los individuos las herramientas para poder sobrellevar esa individualidad irrealizable. Pero Bauman no podría decirlo mejor, “en tanto tarea, la individualidad es el producto final de una transformación social disfrazada de descubrimiento personal” (3). Esta angustiosa tarea llevará a los individuos a encontrar -no casualmente- su solución en el funcionamiento de la lógica de mercado destinada a mantener la inalcanzable singularidad a través de una oferta excesiva de objetos que aparecen como potenciales cumplidores de ese anhelo pero que envejecen prematuramente y son vertiginosamente reemplazados por otros nuevos que también tendrán una vida útil breve y sustituible. El consumismo resulta exitoso provisoriamente para quienes logran sacar ventaja a los otros en la carrera mientras los obliga a no detenerse porque siempre habrá en el horizonte un objeto mejor que saciará su sed de autenticidad.
El desafío por lograr la individualidad va de la mano con el problema de la identidad. Individualidad e identidad pueden considerarse como los ejes centrales de este capítulo y que son imposibles de sortear a la hora de acompañar las reflexiones de los capítulos siguientes. En este sentido, Bauman nos habla de la identidad como un proceso de “hibridación”, de no pertenencia, de extraterritorialidad y continua transformación que se condensa en las prácticas de una clase culta que se cree poseedora de libertad y seguridad. Quienes no cuentan con la capacidad o los medios para alcanzarla quedan relegados a una identidad “lugareña” e inferior que resulta en una polarización y profundización de la desigualdad social. Sin embargo, esta “hibridación” será entendida por el autor no como un privilegio estanco e irrefutable de esa élite global sino como un “movimiento hacia una identidad perpetuamente por fijar” (4). Pero esta fragilidad de la identidad de los que aparecen como privilegiados también es propia de quienes ocupan el otro extremo de la polaridad, es decir, la gran mayoría. Esta precariedad de la identidad ya no es secreta. Como bien lo explica en sus conversaciones con el periodista Benedetto Vecchi, toda identidad “entraña una lucha simultánea contra la disolución y la fragmentación, una intención de devorar y, al mismo tiempo, una resulta negativa a ser comido” (5).
De mártir a héroe y de héroe a celebridad desarrolla la transformación que sufrió la sociedad en lo que respecta a los ideales. Aquí detalla el tránsito de una sociedad patrocinada por los Estados-Nación hacia una globalidad emergente que descarta los viejos ideales de sacrificio y bienestar colectivo que antiguamente encarnaban los héroes o los mártires en pos de una causa. En su lugar se instituyen aquellas personas famosas o célebres que son reconocidas como tales no por los motivos de su acción sino por su notoriedad. Obviamente, esta institucionalización será efímera y volátil como todo en la vida líquida.
La pregunta guía que formula el autor en el capítulo La cultura: indisciplinada e imposible de controlar es si puede sobrevivir la cultura al ocaso de la durabilidad, la perpetuidad y la infinitud siendo ellas las primeras víctimas del triunfo del consumismo (6). En este sentido, aquí también se pone en juego la invasión de los criterios de mercado en el universo de la creatividad cultural y con ello, el corolario de que el arte y su valor queden a merced de los caprichos de la demanda.
Refugiarse en la Caja de Pandora o miedo y seguridad en la ciudad ahonda en la capitalización de los riesgos, en términos económicos y políticos, y en la acumulación de las incertidumbres e inseguridades que los miembros de la sociedad líquida tratan de aminorar. En la búsqueda de la solución para amortiguar los miedos y vivir más seguros, el autor destacará que los individuos contribuyen a reproducir la lógica intrínseca del mercado consumiendo respuestas ofertadas en términos de vigilancia constante, áreas públicas cerradas, zonas residenciales y control permanente cuyo costo será el tedio, el retraimiento del diálogo y la imposibilidad de convivir en la diferencia.
Si hasta ahora el recorrido que hace el autor por la sociedad líquida resulta atrayente -a la vez que desalentador- en Consumidores en la sociedad moderna líquida se hundirá en el núcleo más duro de la liquidez. En este sentido, la sociedad de consumo aparece desnuda en todo el capítulo al despojar el feliz disfraz que viste el mercado para ver en su lugar los harapos de la permanente insatisfacción que necesita generar en los individuos para poder sobrevivir. Pasando por el cuerpo, la infancia, la familia, las relaciones afectivas -de pareja y amistades- y el trabajo, Bauman pone en evidencia la significativa centralidad que la figura de la mercancía y su lógica como valor de cambio tienen al momento de reflexionar incluso sobre las transformaciones de la vida privada e íntima de los individuos desde la sociedad sólida hacia su licuefacción.
Los últimos dos capítulos permiten vislumbrar una ranura de luz en lo que retoma de Arendt como los “tiempos de oscuridad” (7). La educación es abordada desde este nuevo contexto en Aprender a caminar sobre arenas movedizas como una tarea continua que, para ser útil a los hombres, no se debe acelerar en pos de adaptarse a los cambios del mundo, sino que debería hacer de él algo más acogedor. En este punto, Bauman abre el juego entre la educación y la política apelando a la recuperación de los espacios públicos de diálogo y entendimiento del “otro” e invocando el reconocimiento de que nuestras elecciones son actos redentores de la ignorancia política, ignorancia que aboga por una democracia vacía y sujeta a los manejos de quienes se alimentan de nuestras inseguridades. Por ello, en Pensar en tiempos oscuros (volver a Arendt y Adorno) el recorrido se cierra evocando las reflexiones de Theodor Adorno acerca de la dialéctica de dos historias separadas por más de dos siglos, donde la segunda -llamémosle líquida- hace posible una revisión de la primera -llamémosle, sólida- pero sin suponer que la primera determinó la inminencia de la segunda. Volver sobre los escritos de Adorno le permite a Bauman recuperar la idea de “redención de las esperanzas del pasado” en tanto posibilidad de emancipación humana. En este sentido, si las obras de Karl Marx, Émile Durkheim y Hannah Arendt se esgrimen a lo largo de su trabajo como pilares fuertes para comprender la sociedad líquida, pensar desde las críticas de Adorno parece concederle la oportunidad de imaginar alternativas de salida frente a una dinámica mundial que se nos impone.
De esta manera el autor considera que si el mundo ha cambiado y los problemas ya no son locales porque son globales, la clave de la crítica debe estar concentrada en la reflexión para la construcción de un espacio público nuevo y global que se acompañe de actitudes responsables en términos planetarios por parte de los miembros de la sociedad en aras de reformar el tejido de interdependencias e interacciones globales.
El desarrollo que Zygmunt Bauman logra en Vida Líquida no carece de coherencia y solidez. Su indagación sobre aquellos aspectos constitutivos del mundo líquido se dibuja en un diálogo continuo entre teoría y práctica, manteniendo un movimiento pendular constante entre pragmatismo y filosofía que le otorgan a su obra un atractivo intrigante y realista a la vez que su lectura seduce en su forma y contenidos.
NOTAS
* Bauman, Zygmunt (2006). España, Barcela, Editorial Paidos.
(1) Emerson, Ralph Waldo, On Prudente citado en Bauman, Zygmunt (2006). Vida Líquida, Editorial Piados.
(2) Bauman, Zygmunt (2006). Vida Líquida, Editorial Paidós, Barcelona, Pág. 10.
(3) Íbidem, p. 32.
(4) Íbidem, p. 47.
(5) Bauman, Zygmunt (2005). Identidad, Editorial Losada, p.165
(6) Bauman, Z. (2006). Op. Cit. p. 82
(7) Íbidem, p. 171
El discurso de poder.
• Las prácticas en salud no solo son acciones sino que tienen que ver con una lógica, con una posición que ocupa el residente en un espacio instituido. Ya sea que trabaje en un manicomio, en un hospital polivalente o en un centro de salud. En este trabajo práctico incluyó un tramado, un sello simbólico para comprender donde están insertas las experiencias. Michel. Foucault fue un pensador francés que desarrollo una teoría del poder que nos viene bien para avanzar sobre lo bosquejado. En este sentido jamás Foucault se preguntaría: ¿qué es un residente? sino que diría: ¿cómo se constituye un residente? Para descubrir eso, apuesta a lo que él llama una “arqueología del saber”, concepto desarrollado en un libro que lleva ese nombre. Por otro lado, hablaremos del modelo médico hegemónico y también de los aportes de Bauman, para pensar la posición que adoptan los profesionales de salud para adaptarse a los tiempos que corren.
1. La residencia tiene una estructura organizacional que tiene muchos puntos de contacto con lo militar. Un orden patriarcal, respeto por las decisiones jerárquicas, un uniforme, las guardias, etc. Entrego aquí un primer articulo de Foucault que habla de la ética médica pero deja entrever la de otras profesiones que nada tienen que envidiarle a está. La propuesta es que puedan escribir algo de su práctica que tenga que ver con el discurso de poder que entiendan que los atraviesa. (a) Responder: ¿Quién habla, donde habla y a quién le habla?
2. El mismo articulo propuesto conjetura también sobre la pareja: médico / paciente. ¿Podría explicitar como funciona esta diacrónico par en la especialidad que eligió para transitar su residencia? Explicite para ud cual es el territorio de sus prácticas (consultorio, barrio, sala de operaciones, etc) y como influye esto en su hacer. Posteriormente, le voy a pedir que explicite que puntos de contacto aún guarda con el modelo médico hegemónico y que cuestiones lo separan de él.
3. Bauman nos habla de un mundo líquido. Afirma que es un modo de transitar la cuestión de las identidades en la postmodernidad; el concepto señala que un sujeto en vez de tomar modelos de identificación fijos, encuentra formas más solubles para hacerlo. Nos habla del matrimonio como institución, del tema de las nacionalidades y también del mundo laboral. Hoy, a diferencia de otros tiempos, los empleos no son tan asegurados, sostenidos, rígidos. El ejemplo es el agua que dispersa en una superficie y comienza a tomar la forma del recipiente. Si lo ponemos en una botella el líquido asume esa extensión pero en cambio si lo dispersamos en el piso aparece otra. La pregunta aquí es, si observa que tanto el tema de los lugares de trabajo y el vinculo con otras especialidades ha comenzado a transformar su modo de pensarse como profesional de la salud. ¿Cómo decirlo sin caer en futurología? ¿ud está seguro que se desarrollará siempre como farmacéutico en un comercio, como psicólogo en una escuela o como médico generalista en un Municipio? O ¿ud entiende que las vicisitudes del desarrollo profesional lo irán llevando por distintos rumbos? ¿Podría explicitar las consecuencias de una o de otra determinación?(leer articulo de apoyatura) (b)
(a)
La Obra de Foucault y el tema de la medicina.
Apuntes en diagonal sobre la perspectiva de una práctica transdisciplinaria y discursiva.
Jorge O. Tarela
Introducción
Desde la publicación de "El nacimiento de la clínica"en 1964, hasta la publicación de "La arqueología del saber"en 1969 pasaron 5 años, y en esos años la escritura de Foucault y sus líneas de acentuación respecto del amplio tema de la medicina, su discurso y su clínica, sufrieron modificaciones que el autor supo desplegar en el texto. La relación entre Foucault y la medicina no se cierra en -mucho menos entre- esos textos: es a la vez anterior y posterior, un vector elocuente de su Obra. No apto para una moral de estado civil como la que rige nuestra documentación, Foucault siempre imploró que lo dejen tranquilo cuando se trata de escribir, su amor a lo variable es lo que hay tener en cuenta para realizar lecturas -aunque sean parciales- de su Obra. Tomaremos nota entonces de esa variabilidad intrínseca en el hilo de la escritura del decir de Foucault sobre la medicina.
Estructuralógicas
A los fines de marcar hitos seleccionaremos en principio un capítulo del "El nacimiento de la clínica", el titulado en forma imperativa "Abrid algunos cadáveres"(1). Foucault comienza haciendo la reconstrucción que considera falsa respecto a la actitud ante los cadáveres. Subraya así una ilusión con el sentido preciso de una justificación retrospectiva, lo que coloca sobre el tapete a la relación establecida entre la anatomía patológica y la clínica, siendo estas dos formas del saber que se yuxtaponen y para nada son derivadas la una de la otra, tal como pretende la ilusa historia.
De esta forma se despeja en el itinerario el descubrimiento fundamental de Bichat, basado en un principio de desciframiento del espacio corporal a su vez intra, inter y transorgánico. El verdadero descubrimiento de Bichat está basado en la esencia constitutiva de la delgadez de un tejido, superficie corporal del pliegue.
El descubrimiento decisivo del Traité des membranes, sistematizado después en la Anatomie générale, es un principio de desciframiento del espacio corporal, que es la vez intraorgánico, interorgánico y transorgánico. El elemento anatómico ha dejado de definir la forma fundamental de la espacialización y de ordenar, por una relación de vecindad, los caminos de la comunicación fisiológica o patológica; no es ya más que una forma segunda de un espacio primario que, por enrollamiento, superposición, condensación, lo constituye. Este espacio fundamental está definido por la delgadez del tejido...(2)
El acento de la referencia foucaultiana no es tanto respecto a este objeto nuevo para la medicina -esa superficie llamada tejido- sino en el ojo de Bichat como ojo clínico que concede un principio epistemológico absoluto a la mirada de superficie.
Foucault muestra el relevo, el desplazamiento realista, que va de la estructura del que mira al rostro de lo mirado. Foucault señala cómo la anatomía patológica avanza en el sentido de lo ordinal antes que en sentido localizador imaginario. De este modo la pregunta sobre la enfermedad cambia de estatuto, ya no es algo pasivo sino un elemento activo: la enfermedad es un sujeto alojado en un objeto real para esta nueva medicina: ese objeto es la superficie-tejido. De este modo el análisis es un momento esencial para todo proceso patológico.
Notese el subrayado de Foucault en el sentido de anotar el cambio en la percepción analítica a la percepción de los análisis reales. Este abordaje de Bichat en la medicina es simétrico al que realiza Lavoiser en la química, ubicando cada elemento en un conjunto definido por los otros elementos confluyentes. Foucault destaca que el furor clasificatorio que la medicina después y antes de Bichat desarrolla, sólo adviene como furor después y, por cierto, a contrapelo del descubrimiento de Bichat.
De esta cuestión surgen las preguntas por encadenar a la vida, la enfermedad y la muerte, es decir un anudamiento cronológico, temporal. A través de una pregunta esencial -¿qué es lo patológico?-, surge la idea de que es el médico el que produce un espesor, un volumen. Este volumen difiere en la medida trastoca la mirada del médico, puesto que esa mirada se dirige a un objeto superficial. En este punto Foucault apoya la critica medico-paciente en tanto pareja: hay un punto fijo que se corresponde con el origen de la mirada del médico, y desde allí queda trastocado no solo lo espacial sino también lo temporal de la experiencia: surgen lo que Foucault llama las reglas de localización, la regla de centro y de primitivismo y por vez primera la coincidencia entre un tiempo mórbido y el espacio orgánico.
Tomando las cosas en su severidad estructural no ha habido ni matrimonio ni pareja; sino constitución de una experiencia, en la cual la mirada del médico se ha convertido en el elemento decisivo del espacio patológico y su armazón interna.(3)
Foucault rescata entonces de su análisis un objeto particular que determina un nuevo tiempo espacio para la clínica médica, junto al valor de una mirada única, correspondiente a ese dispositivo -el subtitulo del libro es "Una arqueología de la mirada médica". Foucault acentúa en forma admirable el valor y las consecuencias de esa mirada, al punto que la fusión entre objeto y mirada -superficie orgánica y mirada del médico-quedan ubicadas en un mismo plano para Foucault, aunque se recorta del texto que no se trata de lo mismo. Esta con-fusión -según nuestra consideración- tiene una consecuencia en la lectura posterior de Foucault. Pero primero sigamos con el recorrido del autor.
Arqueológicas
En "La arqueología del saber"(4) retoma estas consideraciones sobre la medicina con un matiz diferente, alejado de todo estructuralismo: lo trabaja como relaciones entre enunciados. Se considera entonces a la ciencia médica como un determinado estilo o carácter de enunciación, construida como un corpus de conocimiento que supone esa mirada fija en las cosas, una misma cuadrícula del campo perceptivo, un mismo análisis del hecho patológico según el espacio tiempo que logra definir: el del cuerpo visible.
Foucault subraya en este nuevo análisis el valor que tiene un mismo sistema de transcripción en lo que se percibe en lo que se dice. Esto lo conduce a subrayar una serie de enunciados descriptivos. A su vez enfatiza el matiz fragmentario de estos enunciados puesto que coexisten junto a un conjunto de hipótesis sobre la vida y la muerte, junto a elecciones éticas, a decisiones terapéuticas, reglamentos institucionales, modelo de enseñanza, conjunto de descripciones, etc.
A esto Foucault le agrega que en los mismos enunciados hubo desplazamientos: de Bichat a la patología celular el médico ha dejado de ser el lugar del registro e interpretación de la información -puesto que hay intermediarios que el médico debe usar- que modifican -respecto del paciente- su situación de sujeto observador. Comienza así la crítica de Foucault a lo se que consideró en el capitulo antes subrayado de "El nacimiento de la clínica"(1): definir que el discurso médico como un sistema codificado y normativo se desintegró con Bichat y Laëneec. Entonces,cómo se define la unidad de la disciplina médica sino como un conjunto de reglas en donde coexisten enunciados dispersos y heterogéneos.
En este sentido Foucault se interroga sobre qué sistema rige la repartición, o el sistema de apoyo entre unos y otros de estos enunciados, la manera en que implican o se excluyen, la transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición o su reemplazo, etc.
Más adelante en el capítulo "La formación de la modalidad enunciativa", Foucault subraya las preguntas por quién habla, en dónde habla, a quién le habla, para subrayar el establecimiento en el discurso médico de cierto número de elementos heterogéneos que no siempre conciernen al estatuto médico. Este es el punto al que se arriba. Pero cual es el recorrido entonces entre un texto y el otro.
En el análisis propuesto, las diversas modalidades de la enunciación, en lugar de remitir a la sintesis o a lafunción unificadora de un sujeto, manifiestan su dispersión. A tal respecto, la expresión de "mirada médica", empleada en el "nacimiento de la clínica" no era muy feliz.(5)
Foucault pasa de destacar un valor confuso del estatuto del objeto de la clínica (superficie-mirada) al valor de un conjunto bien establecido de reglas basado en la dispersión de la función unificadora del sujeto. Foucault critica ese punto fijo origen de la mirada clínica del médico para condensar el valor de lo disperso en el conjunto de reglas que ya no unifica. Pero recordemos que para esto primero Foucault tuvo que resignar al valor de un objeto que describe, para subrayar el valor de una mirada, y después resignar ambos en el campo de una práctica discursiva, en donde se predica de lo que se percibe en lo que se dice. La pregunta entonces es la siguiente, ¿que valor tiene el objeto de la ciencia médica en su práctica discursiva?. Estamos de acuerdo con la intervención de Foucault por descolocar el valor de la mirada y propiciar la práctica de un discurso, por conjurar lo evidente de las evidencias en función de un decir reglado por la experiencia. Pero ¿esto implica que el objeto -superficie-mirada- del que se trata no tiene lugar en el seno de ese discurso que el mismo instaura?.
Voluntades o Lógicas del poder:
Leemos en Foucault que las practicas discursivas -y el ejemplo que sigue dando es la medicina- es un campo de regularidad para diversas posiciones de subjetividad. Este campo Foucault lo nombra como un espacio de exterioridad. ¿Exterioridad respecto de qué?: de la clínica y la práctica médica en relación a un corpus teórico, pensados como un conjunto de reglas en dispersión. ¿No es en esta exterioridad en donde aparece la pregunta por el objeto, en donde se cuece -por así decir- la verdadera objeción? Tal vez no la objeción de la medicina, pero si la dispersión que ella produce en la medida no formaliza su objeto y requiere de una práctica discursiva como espacio de exterioridad, en donde se retome la consideración tanto de la dispersión subjetiva como la de la función del objeto. Así queda planteado en ese espacio de exterioridad la problemática del saber-verdad-poder. Habrá que esperar al Foucault posterior plantear de lleno esta cara del problema.
El discurso, concebido así,(...)es un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto y su discontinuidad consigo mismo. Es un espacio de exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos.(6)
Para nosotros una experiencia en exterioridad tal como lo plantea Foucault es la que damos a llamar transdisciplina, auqnue tal vez mejor sería designarla transdiscursiva, pues la pensamos como un más allá de cada disciplina o discurso interviniente en relación a las otras disciplinas o discursos también intervinientes. Esta experiencia de discurso llamada transdiciplinaria es una forma de objetar -es decir: una objeción- a la disperción evocada por cada disciplina o discurso. Es una experiencia en donde la verdad y el saber en relación a los discursos intervenientes se acopla con la práctica del poder (y en este sentido es mejor llamarla transdiciplinaria, puesto que toda disciplina implica un uso de poder, una estrategia). Que la medicina recurra en su historia recurrentemente a un campo exterior a ella misma, produce resquebrajamiento de su saber en procura de una verdad que no acontece (en este sentido hay un permanente quiebre epistemológico discursivo). Pero también produce el armado de un poder técnicamente utilizable basado en la resistencia de un saber que controla (en este aspecto el quiebre es disciplinar y ético). Pero esto no es algo propio de la medicina, puesto que acontece en cualquier disciplina o discurso que se precie de tal. Apostar a la transdiciplina o a lo transdiscursivo es entonces arremeter cuestionando al poder en la juntura de la disyunción del saber y la verdad. O, como intentó Foucault arrinconarlo entre un objeto y su discurso. Entendemos que hay un nuevo rodeo en Foucaault por el tema de la medicina, no siendo ésta sino un tema secundario en los hilos de la escritura posterior del autor. Por ejemplo -y no pretendemos en este punto, como tampocolo pretendimos antes, realizar un confiscación de lo dicho por la Obra- en "El dispositivo de sexualidad" del primer tomo de la "Historia de la sexualidad" subtitulado "La voluntad de saber" dice:
...que dónde hay poder hay resistencias, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder (...) Los puntos de resistencias están presentes en todas partes dentro de la red. Respecto del poder no existe, pues, un lugar del gran rechazo. (7)
Si en ese espacio de exterioridad es posible entonces que la resistencia se amplifique, que el rechazo (en forma imaginaria vislumbrado como rechazo al otro saber o a la verdad del otro) se manifieste detentando para sí el poder de su saber o de su verdad. Habrá pues que seguir atentos a las lecturas renovadas de la Obra de Foucault sobre estos puntos, que hoy llamamos voluntades, ya que dan en la tecla a una cuestión tan necesaria de la transdiciplina o prácticas transdiscursivas.
(b)
“Vida Líquida”*
M. Soledad Lastra
FAHCE- UNLP
“Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”(1) así se inicia la invitación que Zygmunt Bauman le extiende a sus lectores para transitar en su libro por las distintas dimensiones que componen lo que él llama la vida líquida del mundo moderno, de nuestro mundo.
El autor recorre a lo largo de todo el libro los nudos más gruesos y complejos del mundo moderno líquido por el que transitamos o intentamos hacerlo. Para Bauman, la liquidez de esta vida moderna consiste en una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante(2) y se encuentra indefectiblemente atravesada por una tramposa combinación entre libertad e inseguridad. El paso diario de las personas por este mundo moderno deja de ser tal para convertirse en una inacabable carrera rumbo a una seguidilla indefinida de objetivos de corto plazo, que se suceden de forma constante al son de la renovación y los cambios.
Su primer capítulo, El individuo asediado, aborda la intrincada aporía del individuo en tanto ser que está obligado a diferenciarse de los demás -a ser único- en una sociedad en la que todos sus miembros deben cumplir con tal precepto y, por lo tanto, resultan parecidos. Esta contradicción lógica, dirá Bauman, no es tan importante en su significación filosófica sino en cuanto determina un desafío que la misma sociedad les impone a sus miembros quienes se ven exhortados a hallar un camino de emancipación, autenticidad e individualidad. El autor entiende que el truco que subyace a este desafío es el reconocimiento de que dicha tarea es imposible mientras que tal imposibilidad es el sustento de una sociedad que le otorga a los individuos las herramientas para poder sobrellevar esa individualidad irrealizable. Pero Bauman no podría decirlo mejor, “en tanto tarea, la individualidad es el producto final de una transformación social disfrazada de descubrimiento personal” (3). Esta angustiosa tarea llevará a los individuos a encontrar -no casualmente- su solución en el funcionamiento de la lógica de mercado destinada a mantener la inalcanzable singularidad a través de una oferta excesiva de objetos que aparecen como potenciales cumplidores de ese anhelo pero que envejecen prematuramente y son vertiginosamente reemplazados por otros nuevos que también tendrán una vida útil breve y sustituible. El consumismo resulta exitoso provisoriamente para quienes logran sacar ventaja a los otros en la carrera mientras los obliga a no detenerse porque siempre habrá en el horizonte un objeto mejor que saciará su sed de autenticidad.
El desafío por lograr la individualidad va de la mano con el problema de la identidad. Individualidad e identidad pueden considerarse como los ejes centrales de este capítulo y que son imposibles de sortear a la hora de acompañar las reflexiones de los capítulos siguientes. En este sentido, Bauman nos habla de la identidad como un proceso de “hibridación”, de no pertenencia, de extraterritorialidad y continua transformación que se condensa en las prácticas de una clase culta que se cree poseedora de libertad y seguridad. Quienes no cuentan con la capacidad o los medios para alcanzarla quedan relegados a una identidad “lugareña” e inferior que resulta en una polarización y profundización de la desigualdad social. Sin embargo, esta “hibridación” será entendida por el autor no como un privilegio estanco e irrefutable de esa élite global sino como un “movimiento hacia una identidad perpetuamente por fijar” (4). Pero esta fragilidad de la identidad de los que aparecen como privilegiados también es propia de quienes ocupan el otro extremo de la polaridad, es decir, la gran mayoría. Esta precariedad de la identidad ya no es secreta. Como bien lo explica en sus conversaciones con el periodista Benedetto Vecchi, toda identidad “entraña una lucha simultánea contra la disolución y la fragmentación, una intención de devorar y, al mismo tiempo, una resulta negativa a ser comido” (5).
De mártir a héroe y de héroe a celebridad desarrolla la transformación que sufrió la sociedad en lo que respecta a los ideales. Aquí detalla el tránsito de una sociedad patrocinada por los Estados-Nación hacia una globalidad emergente que descarta los viejos ideales de sacrificio y bienestar colectivo que antiguamente encarnaban los héroes o los mártires en pos de una causa. En su lugar se instituyen aquellas personas famosas o célebres que son reconocidas como tales no por los motivos de su acción sino por su notoriedad. Obviamente, esta institucionalización será efímera y volátil como todo en la vida líquida.
La pregunta guía que formula el autor en el capítulo La cultura: indisciplinada e imposible de controlar es si puede sobrevivir la cultura al ocaso de la durabilidad, la perpetuidad y la infinitud siendo ellas las primeras víctimas del triunfo del consumismo (6). En este sentido, aquí también se pone en juego la invasión de los criterios de mercado en el universo de la creatividad cultural y con ello, el corolario de que el arte y su valor queden a merced de los caprichos de la demanda.
Refugiarse en la Caja de Pandora o miedo y seguridad en la ciudad ahonda en la capitalización de los riesgos, en términos económicos y políticos, y en la acumulación de las incertidumbres e inseguridades que los miembros de la sociedad líquida tratan de aminorar. En la búsqueda de la solución para amortiguar los miedos y vivir más seguros, el autor destacará que los individuos contribuyen a reproducir la lógica intrínseca del mercado consumiendo respuestas ofertadas en términos de vigilancia constante, áreas públicas cerradas, zonas residenciales y control permanente cuyo costo será el tedio, el retraimiento del diálogo y la imposibilidad de convivir en la diferencia.
Si hasta ahora el recorrido que hace el autor por la sociedad líquida resulta atrayente -a la vez que desalentador- en Consumidores en la sociedad moderna líquida se hundirá en el núcleo más duro de la liquidez. En este sentido, la sociedad de consumo aparece desnuda en todo el capítulo al despojar el feliz disfraz que viste el mercado para ver en su lugar los harapos de la permanente insatisfacción que necesita generar en los individuos para poder sobrevivir. Pasando por el cuerpo, la infancia, la familia, las relaciones afectivas -de pareja y amistades- y el trabajo, Bauman pone en evidencia la significativa centralidad que la figura de la mercancía y su lógica como valor de cambio tienen al momento de reflexionar incluso sobre las transformaciones de la vida privada e íntima de los individuos desde la sociedad sólida hacia su licuefacción.
Los últimos dos capítulos permiten vislumbrar una ranura de luz en lo que retoma de Arendt como los “tiempos de oscuridad” (7). La educación es abordada desde este nuevo contexto en Aprender a caminar sobre arenas movedizas como una tarea continua que, para ser útil a los hombres, no se debe acelerar en pos de adaptarse a los cambios del mundo, sino que debería hacer de él algo más acogedor. En este punto, Bauman abre el juego entre la educación y la política apelando a la recuperación de los espacios públicos de diálogo y entendimiento del “otro” e invocando el reconocimiento de que nuestras elecciones son actos redentores de la ignorancia política, ignorancia que aboga por una democracia vacía y sujeta a los manejos de quienes se alimentan de nuestras inseguridades. Por ello, en Pensar en tiempos oscuros (volver a Arendt y Adorno) el recorrido se cierra evocando las reflexiones de Theodor Adorno acerca de la dialéctica de dos historias separadas por más de dos siglos, donde la segunda -llamémosle líquida- hace posible una revisión de la primera -llamémosle, sólida- pero sin suponer que la primera determinó la inminencia de la segunda. Volver sobre los escritos de Adorno le permite a Bauman recuperar la idea de “redención de las esperanzas del pasado” en tanto posibilidad de emancipación humana. En este sentido, si las obras de Karl Marx, Émile Durkheim y Hannah Arendt se esgrimen a lo largo de su trabajo como pilares fuertes para comprender la sociedad líquida, pensar desde las críticas de Adorno parece concederle la oportunidad de imaginar alternativas de salida frente a una dinámica mundial que se nos impone.
De esta manera el autor considera que si el mundo ha cambiado y los problemas ya no son locales porque son globales, la clave de la crítica debe estar concentrada en la reflexión para la construcción de un espacio público nuevo y global que se acompañe de actitudes responsables en términos planetarios por parte de los miembros de la sociedad en aras de reformar el tejido de interdependencias e interacciones globales.
El desarrollo que Zygmunt Bauman logra en Vida Líquida no carece de coherencia y solidez. Su indagación sobre aquellos aspectos constitutivos del mundo líquido se dibuja en un diálogo continuo entre teoría y práctica, manteniendo un movimiento pendular constante entre pragmatismo y filosofía que le otorgan a su obra un atractivo intrigante y realista a la vez que su lectura seduce en su forma y contenidos.
NOTAS
* Bauman, Zygmunt (2006). España, Barcela, Editorial Paidos.
(1) Emerson, Ralph Waldo, On Prudente citado en Bauman, Zygmunt (2006). Vida Líquida, Editorial Piados.
(2) Bauman, Zygmunt (2006). Vida Líquida, Editorial Paidós, Barcelona, Pág. 10.
(3) Íbidem, p. 32.
(4) Íbidem, p. 47.
(5) Bauman, Zygmunt (2005). Identidad, Editorial Losada, p.165
(6) Bauman, Z. (2006). Op. Cit. p. 82
(7) Íbidem, p. 171
viernes, 27 de agosto de 2010
Trabajo práctico Nº 8
Prácticas en salud
• Partamos de un testimonio. Nos lo plantea Mario Testa (sanitarista argentino) desde la cama de un hospital. Lo vamos a trabajar como una cuestión para problematizar nuestras prácticas de atención en salud. Uno de los objetivos de esta cátedra es poder ubicarse en los zapatos del otro. Es decir, cambiar los lugares de la dialéctica médico / paciente; para modificar lo cotidiano.
o Luego de leer los dichos por Testa, relate alguna situación donde UD “como paciente” haya sufrido los avatares cotidianos que cualquier paciente debe pasar en la asistencia pública.
o Como residente, que cuestiones incluiría para que las prácticas en el espacio público tenga en cuenta los derechos humanos de los pacientes asistidos.
o Las cuestiones que plantea Mario Testa; ubican como telón de fondo un concepto teórico: el positivismo. Esto es en relación a la mirada médica pero además nos muestra una trama institucional que condiciona la práctica. ¿Cómo residente, que se le ocurre que se podría hacer para impedir el mal trato institucionalizado?
“El día viernes 11 de setiembre me colocaron un marcapaso definitivo en el Hospital P, un instituto especializado en cardiología. Una semana antes, el viernes 4, me habían colocado un marcapaso transitorio en la unidad coronaria del Hospital F, reconocido como uno de los mejores del municipio de Buenos Aires. Fui enviado a mi domicilio el día miércoles 16, terminando mi periplo de doce días por los tres servicios en los que estuve internado. Éste es el relato de mis vivencias de ese periodo.
La intención de este relato es dar a conocer una visión del hospital desde un mirador no convencional al que los trabajadores de salud no estamos acostumbrados.
Lo hago con la convicción de que estas notas pueden convertirse en una apelación a mis colegas -los trabajadores de salud- para despertar la necesidad de un diálogo acerca de las tareas que realizamos habitualmente en nuestro quehacer hospitalario y acerca de las configuraciones organizativas que se crean con nuestro apoyo tácito o explícito.
En ningún caso las descripciones que siguen deben tomarse como una crítica puntual al comportamiento individual de una determinada persona o de un grupo profesional.
Tampoco pienso que puedan lograrse modifica¬ciones a corto plazo en los comportamientos institucionales, pero no tengo dudas acerca de la necesidad de un diálogo que comience a romper las intrincadas barreras en las que todos nos encontramos apresados.
Llegué a la unidad coronaria del Hospital F en una ambulancia (a cuyo conductor le hice solicitar que no hiciera sonar la implacable y ate¬rradora sirena) e inmediatamente me fue colocado un marcapaso transito¬rio y una guía para la medicación intravenosa. Tres electrodos torácicos me conectaban a un monitor que registraba en forma continua el trazado electrocardiográfico y la frecuencia del pulso.
La sala donde me encontra¬ba me permitía ver el lugar desde donde el personal (médicas/os, enfermeras/os y otros, preparaba o realizaba sus tareas.
No podía, en cambio, ver a mis compañeras/os de infortunio, aunque sí podía oírlos cuando se manifestaban en voz o ruidos suficientemente altos. A mi lado derecho agonizaba una mujer madura pero no vieja (tal vez algo más joven que yo). A mi izquierda se recuperaba sin problemas alguien experimentado en estas lides. Más lejos, otras voces adquirían presencias esporádicas.
Desnudo en la cama (un calzoncillo protegía un resto de pudor) el principal contacto se establecía, como es natural, con el personal de enfer¬mería, del que dependía para mi periódica necesidad de orinar, además de recibir la medicación que me era inyectada por la guía intravenosa. Pregunta (mía): ¿Qué es eso? Respuesta: Un elixir de juventud. Pienso: Es lo que me hace falta. Digo: Gracias.
Después de una breve visita de Asia (mi esposa), comienza la larga noche hospitalaria llena de ruidos, voces, alarmas de los monitores, que¬jas. Un paciente llama varias veces con pedidos que no logro identificar, al parecer quiere ir al baño, quitarse la guía, nada de ello es posible. Al día siguiente, oigo a alguien que comenta que ese paciente no es apto para estar en ese lugar.
A las cinco de la mañana me despiertan para tomarme un electrocar¬diograma de rutina, que se va a repetir durante los once días siguientes.
Más tarde, en la mañana, aparecen una mujer y dos hombres al pie de mi cama. Deduzco por su actitud que son médicos. Uno de ellos -robusto, de bigote- dialoga con la mujer -petisa, rubia-; el otro -alto, flaco- se mantiene independiente. Los tres miran los electrocardiogramas: el que me tomaron al ingresar, otro de control después de la colocación del mar¬capaso y el matutino de rutina. Ninguno de los tres me mira ni me dice nada.
Robusto de bigote mirando fijamente al centro de la galaxia: ¿El señor estaba tomando algún medicamento antes del episodio? Rubia peti¬sa mirándome por primera vez: Señor, ¿estaba tomando algún medicamen¬to antes de este episodio? Yo, mirando a la rubia petisa: No. Ella, mirando a robusto de bigote: No. Intervalo silencioso. Luego robusto de bigote, siempre con la mirada fija en el mismo punto del espacio exterior: ¿Qué edad tiene el señor? Rubia petisa, mirándome: Señor, ¿qué edad tiene? Yo: Sesenta y siete. Ella, mirando a robusto de bigote: Sesenta y siete. La pareja dialo¬gante se retira sin otro comentario. El flaco alto permanece un momento más, siempre mirando los electrocardiogramas, y luego se retira sin haber abierto la boca ni dirigirme una sola vez la mirada. Yo me quedo. No sé por qué, pienso que puedo estar convirtiéndome en un pez.
Mientras tanto, mi vecina de la derecha ha fallecido y su lugar es reacomodado para recibir otro paciente, otra mujer. Me entero que mi ex vecina ha sido sometida a la colocación de un marcapaso un año atrás, y ello no contribuye a mejorar mi ánimo; pero, me acuerdo de alguna amiga que hace más de quince años porta el suyo y ello me sirve de consuelo.
Primer fin de semana en el hospital. Escucho música, alternando Radio Clásica con FM Tango. Leo un par de libros. Mientras tanto, Asia y mis colegas amigos tienden una red de solidaridad que apoya de muchísimas y eficaces maneras mi recuperación: todos los días escucho de labios de Asia la larga lista de llamados telefónicos que recibe desde dentro y fuera del país, y yo acumulo ese pequeño tesoro de nombres, rostros, memorias, que facilitan el tránsito por lo que ya se va configurando no sólo como la larga noche sino la temible noche hospitalaria.
Frente al distanciamiento que expresa el "señor" del ¿diálogo? con la rubia petisa, recibo casi con agrado el tuteo del personal: Dáte vuelta; le¬vantá la cola; ¿vas a tomar la sopa?; me doy vuelta, levanto la cola, tomo la sopa. Pero lo mejor es la solución que encuentran las enfermeras para el tratamiento social del paciente, que encuentro -de alguna manera- pleno de algo que se parece a la simpatía: "Bebé" y "Muñeco" son los dos términos que recuerdo. Éste último, sobre todo, me llama la atención. Pienso: ¿Qué me habrá querido decir?, sobre todo tratándose de una mujer joven y boni¬ta. Después reflexiono que no me encuentro en una situación donde puedo ejercer mis conocidos (por mí) recursos de seducción y descarto cualquier vanidad masculina.
El lunes por la mañana soy examinado por el jefe del servicio junto a un grupo de médicos, entre ellos un amigo mío. El jefe me comenta al oído que éste llama al servicio donde estamos el F latrogenic Center. Me hacen alguna prueba para comprobar algo y deciden que, para completar el diagnóstico y decidir el tipo de marcapaso a colocar, es necesario tomar un ecocardiograma. Me entero que no se puede tomar el ecocardiograma (¡En el Hospital F!) porque falta alguna pieza del equipo. Pero, de poder resolver esa carencia, tampoco es posible colocar el marcapaso definitivo porque falta otra pieza del equipo correspondiente (¡¡En el Hospital F!!).
Algún pajarito travieso le informa al subdirector del hospital quién soy. El subdirector del hospital viene a darme, personalmente, explicaciones de la situación. La red de solidaridad de los compañeros se moviliza y ese mismo día soy trasladado (una de las personas que se acerca a la camilla para despedirme es la enfermera bonita que ahora no me llama "muñeco" pero me desea buena suerte) al Hospital P, en una ambulancia a la que también solicito que no agregue su cuota de contaminación sónica al am¬biente ya saturado de las calles porteñas. Me hacen caso.
Desde el lunes 7 por la tarde estoy en la unidad de terapia intensiva del Hospital P. Me colocan una tercera guía para la medicación intravenosa, porque las dos anteriores han terminado en sendas flebitis. Lo mismo va a ocurrir con ésta y con la cuarta el día siguiente; pregunto por qué tienen que realizar ese procedimiento y me responden que seria largo de explicar; afir¬mo que puedo tomar cualquier medicamento por boca y que mi absorción es excelente, por lo que pido al médico de guardia que haga suspender la impla¬cable colocación de guías; lo consigo y dejo de sufrir por ese motivo.
El panorama ha cambiado algo. Desde el lugar donde estoy, si esfuerzo un poco la extensión de la cabeza, puedo ver, a través de una ventana, un enorme cedro solitario en medio de los edificios; es un indudable progreso. Si me incorporo, alcanzo a ver el lugar desde donde el personal controla pacientes y tareas, y también a los cubículos donde otros pacientes esperan, como su nombre lo indica (es decir pacientemente), lo que haya de suceder. Me dan de comer, para mi sorpresa, una comida excelente.
Comienza entonces una larga espera, medida con patrones de impaciencia. Pero pronto percibimos la contradicción, porque somos, por definición, pacientes. Al que no se entera de eso desde el comienzo, la vida hospitalaria le tiene reservada algunas sorpresas desagradables. A las cinco de la mañana (como en F), electrocardiograma, para lo que hay que retirar las cobijas, encender una luz fluorescente que por esos refinamientos de la arquitectura hospitalaria se encuentra ubicada justo encima de la cabeza del paciente. Si uno tiene la desgracia de estar dormido, el efecto debe ser similar al de un electroshock; pero, como se trata de enfermos cardíacos, debe estar calculado como parte del tratamiento. Pienso en mi viejo hospital de hace ya mucho tiempo; en una de las paredes del consultorio donde trabajaba había una cerámica con una inscripción que decía: “EI reposo sigue siendo el mejor tratamiento de la enfermedad" firmada por Antonio Cetrángolo.
Poco tiempo después (a lo mejor uno no ha tenido tiempo de volver a dormirse), llega la auxiliar de laboratorio para la extracción de sangre (no sentí el pinchazo ninguna de las veces que lo hizo: gracias); y, poco después, las mucamas para la limpieza cotidiana del piso (pero no del techo; debe ser porque el personal mira de arriba hacia abajo. Como los enfermos miran de abajo hacia arriba, pueden ver que la tierra se acumula en los artefactos de la iluminación que se encuentran encima de la cama, desde donde pueden descargar la tierra acumulada sobre las heridas quirúrgicas y otras partes del objeto encamado. Vuelvo a no decir nada).
Después es la higiene personal que me devuelve algunas de mis características humanas, con o sin ayuda del personal de enfermería (Una enfermera me confiesa: Esto es lo que se llama un baño simbólico. No por ello menos bienvenido). Desayuno y estamos dispuestos a enfrentar la mañana, que siempre viene cargada de presagios: ¿Me harán hoy la eco?, ¿Me indicarán hoy el tipo de marcapaso conveniente para mi caso?, ¿Me llevarán hoy al quirófano?, ¿Me trasladarán hoy a otra sala con menos restricciones que esta?, ¿Me darán hoy el permiso para regresar a mi hogar?
Algunas de las preguntas formuladas, en mi caso, tuvieron respuesta en su momento, porque funcionó la red de solidaridad externa que mis amigos habían construido, sobre la base de la insistencia ante los médicos responsables de las decisiones que había que tomar para que esas decisiones se tomaran.
El martes al mediodía me hicieron el ecocardiograma y, ese mismo día, por la tarde mis compañeros me trajeron el aparatito de marras. La colocación se demoró hasta el viernes por las dificultades de compatibilización entre los diversos especialistas que se requería para la intervención. Pero, por fin se hizo y todo anduvo sobre rieles.
La rutina prosigue: hay visitas a la hora de las comidas; una sola per¬sona por cama, aunque en mi caso algunos colegas me visitan a deshoras, al fin y al cabo las reglas han sido hechas, como todo el mundo sabe, tam¬bién para ser quebradas. Y, si no, que lo digan la Corte Suprema de Justicia y los Ministros de la Nación, para no hablar de los legisladores nacionales, también llamados padres (y madres supongo) de la Patria.
Las primeras horas de la tarde son aprovechables para dormir o, por lo menos, des¬cansar de la tensión matutina, leer o escuchar música. En alguno de esos intervalos recibo la visita del capellán de la institución con quien tengo un interesante diálogo en torno a mis lecturas; le interesó en particular el libro de Dora Barrancos, "Anarquismo, educación y costumbres en la Ar¬gentina de principios de siglo". La merienda apenas alcanza a interrumpir ese oasis de paz y todo ello termina con el premio del día, que es la segun¬da visita durante la hora de la comida. Después, vuelve a comenzar la larga, inquietante, temible noche hospitalaria.
Cambia el turno del personal; los que hemos tenido la desgracia de dormirnos somos despertados para los controles nocturnos: temperatura, presión arterial, frecuencia de pulso, distraída mirada al monitor que sigue impertérrito y solitario registrando -vaya Dios a saber qué-, todo en medio del encendido y apagado de luces y conversaciones en voz alta que, a veces, se prolongan hasta las dos o tres de la mañana, matizadas con algún juego de naipes o con escarceos amorosos más interesantes que una telenovela de Andrea del Boca.
Nadie a mi izquierda, a mi derecha el viejo Víctor, en la cama seis. Es una figura simpática, de maneras desenfadadas. Todos le llaman “abuelo". Es viejo, tiene más de ochenta años, al parecer ochenta y dos, pero no es seguro porque no responde a las preguntas con coherencia total; a veces dice una cosa y otras cambia, no sé si a propósito, para confundir a sus interlocutores, o porque el confuso es él. Durante el día está más o menos tranquilo, porque el personal atiende sus demandas. Además, varios fami¬liares lo visitan (en rigurosa sucesión de a uno). Pero, durante la noche la cosa cambia y ahí se revela que Víctor no es muy paciente.
Comienza arrancándose alguno de los tubos que lo conectan a la medicina (tiene varios en diversos orificios naturales o artificiales). Como lo que se ha arrancado es una guía periférica, deciden colocarle una guía central, es decir, una canalización de una vena del cuello, pero se las arregla para arrancársela también, creando una minicrisis en el servicio. Resultado: le atan las manos y vuelven a colocarle la guía (renuncio a saber dónde). Una enfermera me cuenta que el abuelo tiene insuficiencia cardíaca izquierda y derecha, y trastornos broncopulmonares crónicos, además de algún problema de vejiga. Recuerdo mis épocas de neumonólogo y puedo imaginarme el cuadro y los desequilibrios que produce. Pienso: ¿Por qué tiene que estar internado en un servicio de terapia intensiva? Al rato, vuel¬vo a pensar: ¿Por qué cualquiera de nosotros tiene que estar internado en un servicio de terapia intensiva? No sé la respuesta. No digo nada.
Las siete noches que pase en el servicio son materia para un escritor. Durante ese periodo leí los cuentos del ultimo libro publicado de García Márquez y volví a tener la sensación de que ese autor no es más que un plagiario. Porque, durante mi vida de algunos años en el Caribe, escuché a viejos pescadores y campesinos contar los cuentos que, después, le hicieron ganar el premio Nobel y ahora se repetía la situación. ¿Qué diferencia hay entre las atrocidades que le ocurren a esa mujer que llega a un lugar para hablar por teléfono y queda encerrada por el resto de sus días, con la sensación de indefensión que experimentamos los pacientes de un servicio hospitalario?
Pero el viejo Víctor no era muy paciente; pasó de las vías del hecho a tratar de resolver sus problemas de otras maneras, desarrollando diversas estrategias, todas condenadas de antemano al fracaso. Pidió favores para sí: Soy un pobre viejo, déjenme ir a mi casa. Suplicó: ¡Por el amor de Dios, llévenme a la parada del colectivo que yo ahí me arreglo! Reclamó a gritos por sus pantalones y el resto de su ropa (debo confesar que yo había hecho el mismo reclamo a mi mujer, en un momento que estaba menos confuso que el viejo Víctor, pero posiblemente algo más psicótico; la dife¬rencia entre los dos era que él expresaba en voz alta lo que yo decía en voz baja a Asia o a María).
Cuando ninguna de estas cosas dio el resultado esperado, recurrió al soborno: Piba, ¿cuánto ganás?; te doy veinticinco pesos si me traés la ropa; no tengo plata aquí pero mañana mi familia me trae. Ni siquiera así. Entonces, el reclamo se hizo más decidido: ¡Patrullero, me tienen secuestra¬do! ¡Vengan a rescatarme! Todo esto ocurría por la noche, entre las once y las tres o cuatro de la mañana, hasta que el agotamiento o el efecto de algún medicamento, lograba crear cierta calma en el servicio. A veces -durante el día- el viejo apelaba a la solidaridad de los que estábamos ahí: ¡Todos somos prisioneros! Y yo creía entender que no sólo se refería a nosotros, es decir a los pacientes encamados, sino también a los que nos cuidaban desde su función como trabajadores hospitalarios. Pero tampoco en este caso encontró ninguna respuesta.
Oigo, en algún momento en que el viejo duerme, el comentario que una médica hace a un colega: Este paciente no debiera estar aquí, habría que enviarlo a la sala de Clínica Médica del Hospital R, pero el problema es que ellos son más iatrogénicos que nosotros. (Es la segunda vez que escucho este término durante mi internación; las dos, en boca de médicos).
Cuando alguien, por lo común el personal de enfermería, ocasional¬mente algún médico, daban alguna respuesta a sus inquietudes, era, gen¬eralmente, una respuesta equivoca o falsa: Mañana va a ir a su casa; aguante un poco para mejorarse y ponerse fuerte.
Pero, la respuesta más frecuente -al viejo o a cualquiera de nosotros ante cualquier solicitud o reclamo- era: Quédese tranquilo. Sin duda la frase más oída durante todo el tiempo que estuve internado. Quisiera saber si alguien es capaz de mantenerse tranquilo en una situación como la descrita.
El día lunes 14 me trasladaron a otro piso del mismo hospital, en una habitación donde compartía con otro paciente que venía del mismo lugar que yo, el nuevo régimen y las nuevas normas. Si “allá" era obligatorio estar desnudo y acostado, “acá" era obligatorio estar con pijama y permiti¬do (en algunos casos) levantarse.
Descubrí al lado de nuestra habitación un baño con una ducha con agua caliente y gocé del primer baño no sim¬bólico. Eso, junto con la visión del parque que teníamos desde las ven¬tanas del hospital, donde la temperatura primaveral hacia que se juntaran jóvenes a tomar sol en vestimenta adecuada para ello, me hizo recuperar algunas de mis condiciones más humanas y también las ganas de irme de allí lo más pronto posible. Pero no iba a ser tan fácil.
Debió notarse mi inquietud, porque la primera noche una enfermera me dio un comprimido que ingenuamente tomé. Al día siguiente estuve somnoliento y enojado sin saber por qué, durante todo el día. Cuando, por la noche, nuevamente me dieron la pastilla, pregunté de qué se trataba y la enfermera me contestó: Lo ignoro. A lo que respondí que pensaba que se trataba de propóleos y que me negaba a tomarlo, por temor a la intoxi¬cación. Me di cuenta que el humor de la enfermera no había aceptado de buen grado la broma que, justo es reconocerlo, tampoco había sido hecha de buen grado.
Mientras tanto, esperaba el examen del funcionamiento del marcapaso para que se me diera el alta hospitalaria; pero, por dificultades de coordinación, eso no se pudo realizar el día martes y amenazaba prolon¬garse en forma indefinida sin razones claras que lo justificaran. Por lo que el día miércoles hice saber (vía Asia y María) que, o me daban el alta o me iba sin ella. La médica que me atendió en esa circunstancia me preguntó cuál era la razón de mi inquietud y si acaso me habían tratado mal en el servicio donde me encontraba. Esa misma médica (que conocía mi profe¬sión y mi especialidad de sanitarista) había comentado conmigo durante la instalación del marcapaso definitivo la necesidad de reformar los servicios hospitalarios y la dificultad para hacerlo, dadas las características ideológi¬cas de muchos de los personajes involucrados.
Me dieron el alta y me fui a mi casa en el que se convirtió en uno de los días más felices de mi vida.
Aquí terminan las anécdotas. Contadas así y en retrospectiva, algunas parecen graciosas. Desde la cama donde las viví, no me hicieron ninguna gracia. (...)”.
Prácticas en salud
• Partamos de un testimonio. Nos lo plantea Mario Testa (sanitarista argentino) desde la cama de un hospital. Lo vamos a trabajar como una cuestión para problematizar nuestras prácticas de atención en salud. Uno de los objetivos de esta cátedra es poder ubicarse en los zapatos del otro. Es decir, cambiar los lugares de la dialéctica médico / paciente; para modificar lo cotidiano.
o Luego de leer los dichos por Testa, relate alguna situación donde UD “como paciente” haya sufrido los avatares cotidianos que cualquier paciente debe pasar en la asistencia pública.
o Como residente, que cuestiones incluiría para que las prácticas en el espacio público tenga en cuenta los derechos humanos de los pacientes asistidos.
o Las cuestiones que plantea Mario Testa; ubican como telón de fondo un concepto teórico: el positivismo. Esto es en relación a la mirada médica pero además nos muestra una trama institucional que condiciona la práctica. ¿Cómo residente, que se le ocurre que se podría hacer para impedir el mal trato institucionalizado?
“El día viernes 11 de setiembre me colocaron un marcapaso definitivo en el Hospital P, un instituto especializado en cardiología. Una semana antes, el viernes 4, me habían colocado un marcapaso transitorio en la unidad coronaria del Hospital F, reconocido como uno de los mejores del municipio de Buenos Aires. Fui enviado a mi domicilio el día miércoles 16, terminando mi periplo de doce días por los tres servicios en los que estuve internado. Éste es el relato de mis vivencias de ese periodo.
La intención de este relato es dar a conocer una visión del hospital desde un mirador no convencional al que los trabajadores de salud no estamos acostumbrados.
Lo hago con la convicción de que estas notas pueden convertirse en una apelación a mis colegas -los trabajadores de salud- para despertar la necesidad de un diálogo acerca de las tareas que realizamos habitualmente en nuestro quehacer hospitalario y acerca de las configuraciones organizativas que se crean con nuestro apoyo tácito o explícito.
En ningún caso las descripciones que siguen deben tomarse como una crítica puntual al comportamiento individual de una determinada persona o de un grupo profesional.
Tampoco pienso que puedan lograrse modifica¬ciones a corto plazo en los comportamientos institucionales, pero no tengo dudas acerca de la necesidad de un diálogo que comience a romper las intrincadas barreras en las que todos nos encontramos apresados.
Llegué a la unidad coronaria del Hospital F en una ambulancia (a cuyo conductor le hice solicitar que no hiciera sonar la implacable y ate¬rradora sirena) e inmediatamente me fue colocado un marcapaso transito¬rio y una guía para la medicación intravenosa. Tres electrodos torácicos me conectaban a un monitor que registraba en forma continua el trazado electrocardiográfico y la frecuencia del pulso.
La sala donde me encontra¬ba me permitía ver el lugar desde donde el personal (médicas/os, enfermeras/os y otros, preparaba o realizaba sus tareas.
No podía, en cambio, ver a mis compañeras/os de infortunio, aunque sí podía oírlos cuando se manifestaban en voz o ruidos suficientemente altos. A mi lado derecho agonizaba una mujer madura pero no vieja (tal vez algo más joven que yo). A mi izquierda se recuperaba sin problemas alguien experimentado en estas lides. Más lejos, otras voces adquirían presencias esporádicas.
Desnudo en la cama (un calzoncillo protegía un resto de pudor) el principal contacto se establecía, como es natural, con el personal de enfer¬mería, del que dependía para mi periódica necesidad de orinar, además de recibir la medicación que me era inyectada por la guía intravenosa. Pregunta (mía): ¿Qué es eso? Respuesta: Un elixir de juventud. Pienso: Es lo que me hace falta. Digo: Gracias.
Después de una breve visita de Asia (mi esposa), comienza la larga noche hospitalaria llena de ruidos, voces, alarmas de los monitores, que¬jas. Un paciente llama varias veces con pedidos que no logro identificar, al parecer quiere ir al baño, quitarse la guía, nada de ello es posible. Al día siguiente, oigo a alguien que comenta que ese paciente no es apto para estar en ese lugar.
A las cinco de la mañana me despiertan para tomarme un electrocar¬diograma de rutina, que se va a repetir durante los once días siguientes.
Más tarde, en la mañana, aparecen una mujer y dos hombres al pie de mi cama. Deduzco por su actitud que son médicos. Uno de ellos -robusto, de bigote- dialoga con la mujer -petisa, rubia-; el otro -alto, flaco- se mantiene independiente. Los tres miran los electrocardiogramas: el que me tomaron al ingresar, otro de control después de la colocación del mar¬capaso y el matutino de rutina. Ninguno de los tres me mira ni me dice nada.
Robusto de bigote mirando fijamente al centro de la galaxia: ¿El señor estaba tomando algún medicamento antes del episodio? Rubia peti¬sa mirándome por primera vez: Señor, ¿estaba tomando algún medicamen¬to antes de este episodio? Yo, mirando a la rubia petisa: No. Ella, mirando a robusto de bigote: No. Intervalo silencioso. Luego robusto de bigote, siempre con la mirada fija en el mismo punto del espacio exterior: ¿Qué edad tiene el señor? Rubia petisa, mirándome: Señor, ¿qué edad tiene? Yo: Sesenta y siete. Ella, mirando a robusto de bigote: Sesenta y siete. La pareja dialo¬gante se retira sin otro comentario. El flaco alto permanece un momento más, siempre mirando los electrocardiogramas, y luego se retira sin haber abierto la boca ni dirigirme una sola vez la mirada. Yo me quedo. No sé por qué, pienso que puedo estar convirtiéndome en un pez.
Mientras tanto, mi vecina de la derecha ha fallecido y su lugar es reacomodado para recibir otro paciente, otra mujer. Me entero que mi ex vecina ha sido sometida a la colocación de un marcapaso un año atrás, y ello no contribuye a mejorar mi ánimo; pero, me acuerdo de alguna amiga que hace más de quince años porta el suyo y ello me sirve de consuelo.
Primer fin de semana en el hospital. Escucho música, alternando Radio Clásica con FM Tango. Leo un par de libros. Mientras tanto, Asia y mis colegas amigos tienden una red de solidaridad que apoya de muchísimas y eficaces maneras mi recuperación: todos los días escucho de labios de Asia la larga lista de llamados telefónicos que recibe desde dentro y fuera del país, y yo acumulo ese pequeño tesoro de nombres, rostros, memorias, que facilitan el tránsito por lo que ya se va configurando no sólo como la larga noche sino la temible noche hospitalaria.
Frente al distanciamiento que expresa el "señor" del ¿diálogo? con la rubia petisa, recibo casi con agrado el tuteo del personal: Dáte vuelta; le¬vantá la cola; ¿vas a tomar la sopa?; me doy vuelta, levanto la cola, tomo la sopa. Pero lo mejor es la solución que encuentran las enfermeras para el tratamiento social del paciente, que encuentro -de alguna manera- pleno de algo que se parece a la simpatía: "Bebé" y "Muñeco" son los dos términos que recuerdo. Éste último, sobre todo, me llama la atención. Pienso: ¿Qué me habrá querido decir?, sobre todo tratándose de una mujer joven y boni¬ta. Después reflexiono que no me encuentro en una situación donde puedo ejercer mis conocidos (por mí) recursos de seducción y descarto cualquier vanidad masculina.
El lunes por la mañana soy examinado por el jefe del servicio junto a un grupo de médicos, entre ellos un amigo mío. El jefe me comenta al oído que éste llama al servicio donde estamos el F latrogenic Center. Me hacen alguna prueba para comprobar algo y deciden que, para completar el diagnóstico y decidir el tipo de marcapaso a colocar, es necesario tomar un ecocardiograma. Me entero que no se puede tomar el ecocardiograma (¡En el Hospital F!) porque falta alguna pieza del equipo. Pero, de poder resolver esa carencia, tampoco es posible colocar el marcapaso definitivo porque falta otra pieza del equipo correspondiente (¡¡En el Hospital F!!).
Algún pajarito travieso le informa al subdirector del hospital quién soy. El subdirector del hospital viene a darme, personalmente, explicaciones de la situación. La red de solidaridad de los compañeros se moviliza y ese mismo día soy trasladado (una de las personas que se acerca a la camilla para despedirme es la enfermera bonita que ahora no me llama "muñeco" pero me desea buena suerte) al Hospital P, en una ambulancia a la que también solicito que no agregue su cuota de contaminación sónica al am¬biente ya saturado de las calles porteñas. Me hacen caso.
Desde el lunes 7 por la tarde estoy en la unidad de terapia intensiva del Hospital P. Me colocan una tercera guía para la medicación intravenosa, porque las dos anteriores han terminado en sendas flebitis. Lo mismo va a ocurrir con ésta y con la cuarta el día siguiente; pregunto por qué tienen que realizar ese procedimiento y me responden que seria largo de explicar; afir¬mo que puedo tomar cualquier medicamento por boca y que mi absorción es excelente, por lo que pido al médico de guardia que haga suspender la impla¬cable colocación de guías; lo consigo y dejo de sufrir por ese motivo.
El panorama ha cambiado algo. Desde el lugar donde estoy, si esfuerzo un poco la extensión de la cabeza, puedo ver, a través de una ventana, un enorme cedro solitario en medio de los edificios; es un indudable progreso. Si me incorporo, alcanzo a ver el lugar desde donde el personal controla pacientes y tareas, y también a los cubículos donde otros pacientes esperan, como su nombre lo indica (es decir pacientemente), lo que haya de suceder. Me dan de comer, para mi sorpresa, una comida excelente.
Comienza entonces una larga espera, medida con patrones de impaciencia. Pero pronto percibimos la contradicción, porque somos, por definición, pacientes. Al que no se entera de eso desde el comienzo, la vida hospitalaria le tiene reservada algunas sorpresas desagradables. A las cinco de la mañana (como en F), electrocardiograma, para lo que hay que retirar las cobijas, encender una luz fluorescente que por esos refinamientos de la arquitectura hospitalaria se encuentra ubicada justo encima de la cabeza del paciente. Si uno tiene la desgracia de estar dormido, el efecto debe ser similar al de un electroshock; pero, como se trata de enfermos cardíacos, debe estar calculado como parte del tratamiento. Pienso en mi viejo hospital de hace ya mucho tiempo; en una de las paredes del consultorio donde trabajaba había una cerámica con una inscripción que decía: “EI reposo sigue siendo el mejor tratamiento de la enfermedad" firmada por Antonio Cetrángolo.
Poco tiempo después (a lo mejor uno no ha tenido tiempo de volver a dormirse), llega la auxiliar de laboratorio para la extracción de sangre (no sentí el pinchazo ninguna de las veces que lo hizo: gracias); y, poco después, las mucamas para la limpieza cotidiana del piso (pero no del techo; debe ser porque el personal mira de arriba hacia abajo. Como los enfermos miran de abajo hacia arriba, pueden ver que la tierra se acumula en los artefactos de la iluminación que se encuentran encima de la cama, desde donde pueden descargar la tierra acumulada sobre las heridas quirúrgicas y otras partes del objeto encamado. Vuelvo a no decir nada).
Después es la higiene personal que me devuelve algunas de mis características humanas, con o sin ayuda del personal de enfermería (Una enfermera me confiesa: Esto es lo que se llama un baño simbólico. No por ello menos bienvenido). Desayuno y estamos dispuestos a enfrentar la mañana, que siempre viene cargada de presagios: ¿Me harán hoy la eco?, ¿Me indicarán hoy el tipo de marcapaso conveniente para mi caso?, ¿Me llevarán hoy al quirófano?, ¿Me trasladarán hoy a otra sala con menos restricciones que esta?, ¿Me darán hoy el permiso para regresar a mi hogar?
Algunas de las preguntas formuladas, en mi caso, tuvieron respuesta en su momento, porque funcionó la red de solidaridad externa que mis amigos habían construido, sobre la base de la insistencia ante los médicos responsables de las decisiones que había que tomar para que esas decisiones se tomaran.
El martes al mediodía me hicieron el ecocardiograma y, ese mismo día, por la tarde mis compañeros me trajeron el aparatito de marras. La colocación se demoró hasta el viernes por las dificultades de compatibilización entre los diversos especialistas que se requería para la intervención. Pero, por fin se hizo y todo anduvo sobre rieles.
La rutina prosigue: hay visitas a la hora de las comidas; una sola per¬sona por cama, aunque en mi caso algunos colegas me visitan a deshoras, al fin y al cabo las reglas han sido hechas, como todo el mundo sabe, tam¬bién para ser quebradas. Y, si no, que lo digan la Corte Suprema de Justicia y los Ministros de la Nación, para no hablar de los legisladores nacionales, también llamados padres (y madres supongo) de la Patria.
Las primeras horas de la tarde son aprovechables para dormir o, por lo menos, des¬cansar de la tensión matutina, leer o escuchar música. En alguno de esos intervalos recibo la visita del capellán de la institución con quien tengo un interesante diálogo en torno a mis lecturas; le interesó en particular el libro de Dora Barrancos, "Anarquismo, educación y costumbres en la Ar¬gentina de principios de siglo". La merienda apenas alcanza a interrumpir ese oasis de paz y todo ello termina con el premio del día, que es la segun¬da visita durante la hora de la comida. Después, vuelve a comenzar la larga, inquietante, temible noche hospitalaria.
Cambia el turno del personal; los que hemos tenido la desgracia de dormirnos somos despertados para los controles nocturnos: temperatura, presión arterial, frecuencia de pulso, distraída mirada al monitor que sigue impertérrito y solitario registrando -vaya Dios a saber qué-, todo en medio del encendido y apagado de luces y conversaciones en voz alta que, a veces, se prolongan hasta las dos o tres de la mañana, matizadas con algún juego de naipes o con escarceos amorosos más interesantes que una telenovela de Andrea del Boca.
Nadie a mi izquierda, a mi derecha el viejo Víctor, en la cama seis. Es una figura simpática, de maneras desenfadadas. Todos le llaman “abuelo". Es viejo, tiene más de ochenta años, al parecer ochenta y dos, pero no es seguro porque no responde a las preguntas con coherencia total; a veces dice una cosa y otras cambia, no sé si a propósito, para confundir a sus interlocutores, o porque el confuso es él. Durante el día está más o menos tranquilo, porque el personal atiende sus demandas. Además, varios fami¬liares lo visitan (en rigurosa sucesión de a uno). Pero, durante la noche la cosa cambia y ahí se revela que Víctor no es muy paciente.
Comienza arrancándose alguno de los tubos que lo conectan a la medicina (tiene varios en diversos orificios naturales o artificiales). Como lo que se ha arrancado es una guía periférica, deciden colocarle una guía central, es decir, una canalización de una vena del cuello, pero se las arregla para arrancársela también, creando una minicrisis en el servicio. Resultado: le atan las manos y vuelven a colocarle la guía (renuncio a saber dónde). Una enfermera me cuenta que el abuelo tiene insuficiencia cardíaca izquierda y derecha, y trastornos broncopulmonares crónicos, además de algún problema de vejiga. Recuerdo mis épocas de neumonólogo y puedo imaginarme el cuadro y los desequilibrios que produce. Pienso: ¿Por qué tiene que estar internado en un servicio de terapia intensiva? Al rato, vuel¬vo a pensar: ¿Por qué cualquiera de nosotros tiene que estar internado en un servicio de terapia intensiva? No sé la respuesta. No digo nada.
Las siete noches que pase en el servicio son materia para un escritor. Durante ese periodo leí los cuentos del ultimo libro publicado de García Márquez y volví a tener la sensación de que ese autor no es más que un plagiario. Porque, durante mi vida de algunos años en el Caribe, escuché a viejos pescadores y campesinos contar los cuentos que, después, le hicieron ganar el premio Nobel y ahora se repetía la situación. ¿Qué diferencia hay entre las atrocidades que le ocurren a esa mujer que llega a un lugar para hablar por teléfono y queda encerrada por el resto de sus días, con la sensación de indefensión que experimentamos los pacientes de un servicio hospitalario?
Pero el viejo Víctor no era muy paciente; pasó de las vías del hecho a tratar de resolver sus problemas de otras maneras, desarrollando diversas estrategias, todas condenadas de antemano al fracaso. Pidió favores para sí: Soy un pobre viejo, déjenme ir a mi casa. Suplicó: ¡Por el amor de Dios, llévenme a la parada del colectivo que yo ahí me arreglo! Reclamó a gritos por sus pantalones y el resto de su ropa (debo confesar que yo había hecho el mismo reclamo a mi mujer, en un momento que estaba menos confuso que el viejo Víctor, pero posiblemente algo más psicótico; la dife¬rencia entre los dos era que él expresaba en voz alta lo que yo decía en voz baja a Asia o a María).
Cuando ninguna de estas cosas dio el resultado esperado, recurrió al soborno: Piba, ¿cuánto ganás?; te doy veinticinco pesos si me traés la ropa; no tengo plata aquí pero mañana mi familia me trae. Ni siquiera así. Entonces, el reclamo se hizo más decidido: ¡Patrullero, me tienen secuestra¬do! ¡Vengan a rescatarme! Todo esto ocurría por la noche, entre las once y las tres o cuatro de la mañana, hasta que el agotamiento o el efecto de algún medicamento, lograba crear cierta calma en el servicio. A veces -durante el día- el viejo apelaba a la solidaridad de los que estábamos ahí: ¡Todos somos prisioneros! Y yo creía entender que no sólo se refería a nosotros, es decir a los pacientes encamados, sino también a los que nos cuidaban desde su función como trabajadores hospitalarios. Pero tampoco en este caso encontró ninguna respuesta.
Oigo, en algún momento en que el viejo duerme, el comentario que una médica hace a un colega: Este paciente no debiera estar aquí, habría que enviarlo a la sala de Clínica Médica del Hospital R, pero el problema es que ellos son más iatrogénicos que nosotros. (Es la segunda vez que escucho este término durante mi internación; las dos, en boca de médicos).
Cuando alguien, por lo común el personal de enfermería, ocasional¬mente algún médico, daban alguna respuesta a sus inquietudes, era, gen¬eralmente, una respuesta equivoca o falsa: Mañana va a ir a su casa; aguante un poco para mejorarse y ponerse fuerte.
Pero, la respuesta más frecuente -al viejo o a cualquiera de nosotros ante cualquier solicitud o reclamo- era: Quédese tranquilo. Sin duda la frase más oída durante todo el tiempo que estuve internado. Quisiera saber si alguien es capaz de mantenerse tranquilo en una situación como la descrita.
El día lunes 14 me trasladaron a otro piso del mismo hospital, en una habitación donde compartía con otro paciente que venía del mismo lugar que yo, el nuevo régimen y las nuevas normas. Si “allá" era obligatorio estar desnudo y acostado, “acá" era obligatorio estar con pijama y permiti¬do (en algunos casos) levantarse.
Descubrí al lado de nuestra habitación un baño con una ducha con agua caliente y gocé del primer baño no sim¬bólico. Eso, junto con la visión del parque que teníamos desde las ven¬tanas del hospital, donde la temperatura primaveral hacia que se juntaran jóvenes a tomar sol en vestimenta adecuada para ello, me hizo recuperar algunas de mis condiciones más humanas y también las ganas de irme de allí lo más pronto posible. Pero no iba a ser tan fácil.
Debió notarse mi inquietud, porque la primera noche una enfermera me dio un comprimido que ingenuamente tomé. Al día siguiente estuve somnoliento y enojado sin saber por qué, durante todo el día. Cuando, por la noche, nuevamente me dieron la pastilla, pregunté de qué se trataba y la enfermera me contestó: Lo ignoro. A lo que respondí que pensaba que se trataba de propóleos y que me negaba a tomarlo, por temor a la intoxi¬cación. Me di cuenta que el humor de la enfermera no había aceptado de buen grado la broma que, justo es reconocerlo, tampoco había sido hecha de buen grado.
Mientras tanto, esperaba el examen del funcionamiento del marcapaso para que se me diera el alta hospitalaria; pero, por dificultades de coordinación, eso no se pudo realizar el día martes y amenazaba prolon¬garse en forma indefinida sin razones claras que lo justificaran. Por lo que el día miércoles hice saber (vía Asia y María) que, o me daban el alta o me iba sin ella. La médica que me atendió en esa circunstancia me preguntó cuál era la razón de mi inquietud y si acaso me habían tratado mal en el servicio donde me encontraba. Esa misma médica (que conocía mi profe¬sión y mi especialidad de sanitarista) había comentado conmigo durante la instalación del marcapaso definitivo la necesidad de reformar los servicios hospitalarios y la dificultad para hacerlo, dadas las características ideológi¬cas de muchos de los personajes involucrados.
Me dieron el alta y me fui a mi casa en el que se convirtió en uno de los días más felices de mi vida.
Aquí terminan las anécdotas. Contadas así y en retrospectiva, algunas parecen graciosas. Desde la cama donde las viví, no me hicieron ninguna gracia. (...)”.
Trabajo práctico Nª 7
Estado
Aquí la invitación es pensarse como trabajadores del Estado y desde allí poder contestar una serie de preguntas. Desde la cátedra se asocia un acto de salud a producir ciudadanía. Así las cosas, quien atiende en una guardia a un paciente crítico, quien realiza un taller de plástica en un Hospital Neuropsiquiátrico o platea en una asamblea barrial que es importante potabilizar el agua; inaugura una serie que rápidamente llega al poder del Estado. Por eso en este trabajo práctico la idea será poder pensarse como parte de un sistema de salud y compartir una teoría del Estado con la que trabajamos; aunque no siempre aparezca explicitada.
1. Guiorguio Agamben es autor de un libro muy interesante, su nombre: El Estado de excepción. Allí se habla que el Estado moderno en muchos momentos ubica una excepción dentro de su legislación que hace que pueda mostrar su verdadera cara. En algunos casos, como en momentos de guerra, el Estado de derecho se suspende, porque las garantías institucionales podrían poner en peligro su entidad. La cuestión a destacar, es poder observar el momento que el Estado se enfrenta al Estado, es decir a los ciudadanos. Cromañon puede ser un buen ejemplo de esta fatal dialéctica. Podría describir, a su entender, cual fue el papel de la red sanitaria en esa tragedia donde han muerto tantos victimas inocentes.
2. La identidad de los pacientes que atendemos en los Servicios de salud, tienen un factor que los unifica: son ciudadanos. Sin embargo no siempre se los piensa como tales sino que se los ubica simplemente como consumidores. Esto se observa, por ejemplo, cuando se le receta algún medicamento que el paciente no puede comprar. ¿Cual sería, para ud, una posible salida de esta encerrona? Conformar un tribunal de ética, acompañar a colectivos de usuarios para que se conformen como fuerza política, favorecer la creación de producción de medicamentos estatales, etc.
3. Graciela Feigó es una pensadora muy crítica de la inclusión social; ella plantea que los incluidos necesitan de los excluidos para existir. Por otro lado, nos señala que las mismas instituciones que excluyen son las mismas que luego desarrollan dispositivos inclusivos. Siguiendo con está lógica, los programas de salud no siempre llegan a los más necesitados. La propuesta aquí es que describa algún dispositivo de inclusión social que hayan desarrollado en su institución para que los pacientes puedan tener un mejor acceso al Servicio que se brinda.
Estado
Aquí la invitación es pensarse como trabajadores del Estado y desde allí poder contestar una serie de preguntas. Desde la cátedra se asocia un acto de salud a producir ciudadanía. Así las cosas, quien atiende en una guardia a un paciente crítico, quien realiza un taller de plástica en un Hospital Neuropsiquiátrico o platea en una asamblea barrial que es importante potabilizar el agua; inaugura una serie que rápidamente llega al poder del Estado. Por eso en este trabajo práctico la idea será poder pensarse como parte de un sistema de salud y compartir una teoría del Estado con la que trabajamos; aunque no siempre aparezca explicitada.
1. Guiorguio Agamben es autor de un libro muy interesante, su nombre: El Estado de excepción. Allí se habla que el Estado moderno en muchos momentos ubica una excepción dentro de su legislación que hace que pueda mostrar su verdadera cara. En algunos casos, como en momentos de guerra, el Estado de derecho se suspende, porque las garantías institucionales podrían poner en peligro su entidad. La cuestión a destacar, es poder observar el momento que el Estado se enfrenta al Estado, es decir a los ciudadanos. Cromañon puede ser un buen ejemplo de esta fatal dialéctica. Podría describir, a su entender, cual fue el papel de la red sanitaria en esa tragedia donde han muerto tantos victimas inocentes.
2. La identidad de los pacientes que atendemos en los Servicios de salud, tienen un factor que los unifica: son ciudadanos. Sin embargo no siempre se los piensa como tales sino que se los ubica simplemente como consumidores. Esto se observa, por ejemplo, cuando se le receta algún medicamento que el paciente no puede comprar. ¿Cual sería, para ud, una posible salida de esta encerrona? Conformar un tribunal de ética, acompañar a colectivos de usuarios para que se conformen como fuerza política, favorecer la creación de producción de medicamentos estatales, etc.
3. Graciela Feigó es una pensadora muy crítica de la inclusión social; ella plantea que los incluidos necesitan de los excluidos para existir. Por otro lado, nos señala que las mismas instituciones que excluyen son las mismas que luego desarrollan dispositivos inclusivos. Siguiendo con está lógica, los programas de salud no siempre llegan a los más necesitados. La propuesta aquí es que describa algún dispositivo de inclusión social que hayan desarrollado en su institución para que los pacientes puedan tener un mejor acceso al Servicio que se brinda.
martes, 24 de agosto de 2010
Trabajo práctico Nº 6
Aborto
• El aborto en argentina tiene que ver con una práctica invisible. Por ende, muchas veces, no aparece como un problema de salud. Es un tema donde confluyen distintos discursos (lo jurídico, lo sanitario, lo religioso) la propuesta es poder meternos en esta cuestión y conocer su parecer como profesional de la salud.
• Como en muchos puntos de este trabajo práctico se establece como paradigmático el caso de Romina Tejerina, dejo un artículo que habla de la cuestión, para quien no lo conocía.
1. La primera pregunta de este trabajo práctico invita a pensar en el cuerpo de las consultantes a un servicio de ginecología. ¿De quien es el cuerpo de las pacientes que asisten al sistema de salud? ¿Les pertenece a ellas mismas, queda en manos del poder médico, tiene que ver con lo que plantea la ley, le concierne a la iglesia católica? En este sentido el caso Tejerina es clave. ¿Ella pudo decidir sobre su cuerpo o fue rehén de la violencia de un vecino y un sistema judicial que no entendió el caso?
2. Según Sartre “una elección trágica no es una elección libre”, por eso en su libro: “los problemas de la razón” toma al aborto como paradigma de dicha cuestión. El aborto si lo tomamos como un problema de salud, lo podemos a vincular con campañas de salud sexual y reproductiva. Volviendo a Tejerina; se ha sabido que la joven jugueña no tenía información de la famosa pastilla “del día después”. ¿Cómo residente, cual podría ser su aporte ha dicho problema? Si participó de alguna campaña preventiva, le sugiero que relate lo ocurrido.
3. En su libro “fornicar y matar” Laura Klein relaciona al aborto con los derechos humanos y dice que se tendría que anudar “libertad política con libertad sexual”.
Según la abogada Perla Prigoshin (asesora del Ministerio de Salud de la Pcia de Bs As)
“El ámbito legislativo que rige en nuestro país, tiene al aborto como un delito pero establece claramente las excepciones porque devuelve al campo de los desincriminados, una práctica médica que ponga en peligro la vida o la salud de la mujer embarazada”.
Las normas y las prácticas diarias no siempre van de la mano; por eso la propuesta es que pueda establecer un caso donde haya existido de embarazo no deseado y relate de qué modo ha actuado el grupo de la institución a la que pertenece. Si por su especialidad no intervino en ninguno, tome el caso Tejerina y realice el ejercicio.
• Feminización de la pobreza
el caso Romina Tejerina
Las mujeres vienen sufriendo distintas violencias, el acoso sexual y las violaciones son una problemática que vienen padeciendo en distintas regiones del país. La presencia de dichos casos y la ausencia de justicia en la mayoría de ellos, acompañada de una campaña feroz que apunta al olvido, invisibilización e indiferencia, demuestra que vivimos en una sociedad que naturaliza las violencias existentes hacia las mujeres.
Tan sólo el 11% de los casos son denunciados, y sólo uno de cada 10 de los denunciados recibe castigo, en promedio de 4 años y medio de cárcel, aunque algunos se fugan.
Romina Tejerina, es víctima de una sociedad enceguecida por prácticas y discursos patriarcales Ella es una joven jujeña, que vivía en el barrio Roberto Sánchez de San Pedro, a 30 kilómetros de San Salvador, Jujuy, cursaba el quinto año de la secundaria. Esta joven a los 18 años conoció el dolor, la impotencia, la discriminación y de la ausencia de justicia. El 1º de agosto de 2002 comenzó el atropello a su persona, fue víctima de una violación, fue abusada sexualmente por un vecino cuyo nombre es Eduardo Vargas. El violador actualmente tiene 42 años, es comerciante y hermano de un policía y se encuentra impunemente en libertad.
Romina Tejerina en la madrugada del 1º de agosto de 2002, fue a buscar a una de sus hermanas a una bailanta en las afueras de San Pedro, a 63 kilómetros de la capital jujeña. Un vecino la persiguió, la violó y como consecuencia quedó embarazada.
Romina como tantas otras mujeres no denunció en su momento la violación que sufrió. La sensación de desprotección estatal, legal e institucional frente a esta problemática, opera de diversas maneras. Primero culpabiliza a la víctima, ya que denunciar una violación es un proceso tan traumático como el delito denunciado, allí se pone en evidencia la ineficiencia del Estado. Transitar por todos los espacios obligatorios para exigir justicia resultan ser un claro testimonio de las inoperancias y desprotección que sufri-mos las mujeres en estos casos. El Estado exige la denuncia pero, a la vez, desampara a las denunciantes.
Siete meses más tardes, en febrero de 2003, en silencio, Romina se dirigió al baño de su casa, viò la cara del violador y mató al recién nacido. La joven se encontraba en medio de un brote psicótico causado por el trauma de la violación, según su abogada.
Desde el 23 de febrero de 2003 se encuentra privada de su libertad por orden del juez Argentino Juárez. Fue Detenida en el Penal de Mujeres de San Salvador de Jujuy.
La justicia argentina desde un principio, desestimó y no contempló el shock de la joven. Además separó la violación del resto del caso, desvinculando la violencia sufrida por Romina de su consecuencia; buscaban mostrarla como una asesina fría y despiadada, llegando a negar que hubo una violación.
Esta joven que debía enfrentar su situación ante una sociedad, que se niega a observar la intolerancia y la imposibilidad que tienen las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
Los primeros tratos en palabras de Romina:
“Me acuerdo de que me llevaron al hospital y ahí me agarró un oficial Reyes, que yo conocía del barrio, y me empezó a zamarrear, a decirme ‘pendeja de mierda, qué haz hecho’... Y yo muda, lo miraba. Después vino la neonatóloga y de vuelta a sacudirme, así con odio, que qué había hecho, que no me haga la mosquita muerta porque era un monstruo. Esas son las palabras que tengo grabadas.”
“Lo único que dije ahí mismo es que me habían violado, pero nadie quería escuchar eso, querían que declarara lo otro”
“Después se agarran de eso para decir que soy una desalmada, o hablan de la ropa que uso. Igual que en el juicio por la violación, me preguntaban si usaba pollera corta. Y claro que usaba, como todas las chicas. Ahora no sé si alguna vez voy a volver a ir a bailar, lo único que quiero es terminar la escuela, porque ya perdí mucho tiempo.”
La vergüenza de la “justicia”
La fiscal argumentó que Romina usaba minifaldas, salía a bailar y se peleaba con los padres, este proceder daba motivos para considerarla una homicida. También remarcó que haber intentado abortar era otra razón para condenarla, sosteniendo así el argumento de la Iglesia de que las mujeres que abortan son asesinas, idea que fundamenta la ilegalidad del aborto.
Mientras Romina Tejerina está desde hace 2 años y nueve meses tras las rejas, en la cárcel, el violador Eduardo "Pocho" Vargas camina por las calles de Jujuy con total impunidad. Este sujeto estuvo detenido apenas 23 días y el juez lo eximió de culpas.
Un fallo ejemplificador
El viernes 10 de junio de 2005, fue el día del fallo. Los jueces Antonio Llermanos, Héctor Carrillo y Alfredo Frías, de la Sala II de la Cámara Penal de San Salvador de Jujuy, en Argentina, condenaron a Romina a 14 años de prisión por el cargo de homicidio calificado.
Sobre su cuerpo y sobre su vida pesa la hipocresía de una justicia que arbitra-riamente habla de "homicidio calificado por el vínculo", que invisiviliza la realidad por la que atravesó y atraviesa Romina.
Mientras se dictaba la sentencia, en las calles se encontraban diferentes organi-zaciones de mujeres que exigían la libertad de Romina Tejerina y la cárcel al violador; ellas también fueron desoídas.
Los jueces Antonio Llermanos, Héctor Carillo y Alfredo José Frías consideraron que la joven vivió una "infancia plagada de violencia tanto física como moral", que "se encontraba sola esperando un niño sin padre [conocido]" y que "no tenía apoyo familiar", dado que la única que sabía de su embarazo era su hermana Erica. Por estas circunstancias el tribunal no dio lugar al pedido de la fiscal, Liliana Fernández de Montiel, de sentenciar a la joven a prisión perpetua.
El alegato de la Fiscal de Sala, Liliana Fernández de Montiel, intentó demostrar que Romina estaba en pleno dominio de sus actos al momento del hecho y deses-timar cualquier potencial atenuante.
La abogada de Tejerina, Mariana Vargas, consideró positivo que la Cámara Penal tuviera en cuenta algunas circunstancias atenuantes e insistió en que apelará el fallo.
En diciembre de 2005 la justicia denegó el pedido que solicitó la defensa de Romina para que pueda pasar las fiestas de fin de año en su casa con sus familiares.
Aborto
• El aborto en argentina tiene que ver con una práctica invisible. Por ende, muchas veces, no aparece como un problema de salud. Es un tema donde confluyen distintos discursos (lo jurídico, lo sanitario, lo religioso) la propuesta es poder meternos en esta cuestión y conocer su parecer como profesional de la salud.
• Como en muchos puntos de este trabajo práctico se establece como paradigmático el caso de Romina Tejerina, dejo un artículo que habla de la cuestión, para quien no lo conocía.
1. La primera pregunta de este trabajo práctico invita a pensar en el cuerpo de las consultantes a un servicio de ginecología. ¿De quien es el cuerpo de las pacientes que asisten al sistema de salud? ¿Les pertenece a ellas mismas, queda en manos del poder médico, tiene que ver con lo que plantea la ley, le concierne a la iglesia católica? En este sentido el caso Tejerina es clave. ¿Ella pudo decidir sobre su cuerpo o fue rehén de la violencia de un vecino y un sistema judicial que no entendió el caso?
2. Según Sartre “una elección trágica no es una elección libre”, por eso en su libro: “los problemas de la razón” toma al aborto como paradigma de dicha cuestión. El aborto si lo tomamos como un problema de salud, lo podemos a vincular con campañas de salud sexual y reproductiva. Volviendo a Tejerina; se ha sabido que la joven jugueña no tenía información de la famosa pastilla “del día después”. ¿Cómo residente, cual podría ser su aporte ha dicho problema? Si participó de alguna campaña preventiva, le sugiero que relate lo ocurrido.
3. En su libro “fornicar y matar” Laura Klein relaciona al aborto con los derechos humanos y dice que se tendría que anudar “libertad política con libertad sexual”.
Según la abogada Perla Prigoshin (asesora del Ministerio de Salud de la Pcia de Bs As)
“El ámbito legislativo que rige en nuestro país, tiene al aborto como un delito pero establece claramente las excepciones porque devuelve al campo de los desincriminados, una práctica médica que ponga en peligro la vida o la salud de la mujer embarazada”.
Las normas y las prácticas diarias no siempre van de la mano; por eso la propuesta es que pueda establecer un caso donde haya existido de embarazo no deseado y relate de qué modo ha actuado el grupo de la institución a la que pertenece. Si por su especialidad no intervino en ninguno, tome el caso Tejerina y realice el ejercicio.
• Feminización de la pobreza
el caso Romina Tejerina
Las mujeres vienen sufriendo distintas violencias, el acoso sexual y las violaciones son una problemática que vienen padeciendo en distintas regiones del país. La presencia de dichos casos y la ausencia de justicia en la mayoría de ellos, acompañada de una campaña feroz que apunta al olvido, invisibilización e indiferencia, demuestra que vivimos en una sociedad que naturaliza las violencias existentes hacia las mujeres.
Tan sólo el 11% de los casos son denunciados, y sólo uno de cada 10 de los denunciados recibe castigo, en promedio de 4 años y medio de cárcel, aunque algunos se fugan.
Romina Tejerina, es víctima de una sociedad enceguecida por prácticas y discursos patriarcales Ella es una joven jujeña, que vivía en el barrio Roberto Sánchez de San Pedro, a 30 kilómetros de San Salvador, Jujuy, cursaba el quinto año de la secundaria. Esta joven a los 18 años conoció el dolor, la impotencia, la discriminación y de la ausencia de justicia. El 1º de agosto de 2002 comenzó el atropello a su persona, fue víctima de una violación, fue abusada sexualmente por un vecino cuyo nombre es Eduardo Vargas. El violador actualmente tiene 42 años, es comerciante y hermano de un policía y se encuentra impunemente en libertad.
Romina Tejerina en la madrugada del 1º de agosto de 2002, fue a buscar a una de sus hermanas a una bailanta en las afueras de San Pedro, a 63 kilómetros de la capital jujeña. Un vecino la persiguió, la violó y como consecuencia quedó embarazada.
Romina como tantas otras mujeres no denunció en su momento la violación que sufrió. La sensación de desprotección estatal, legal e institucional frente a esta problemática, opera de diversas maneras. Primero culpabiliza a la víctima, ya que denunciar una violación es un proceso tan traumático como el delito denunciado, allí se pone en evidencia la ineficiencia del Estado. Transitar por todos los espacios obligatorios para exigir justicia resultan ser un claro testimonio de las inoperancias y desprotección que sufri-mos las mujeres en estos casos. El Estado exige la denuncia pero, a la vez, desampara a las denunciantes.
Siete meses más tardes, en febrero de 2003, en silencio, Romina se dirigió al baño de su casa, viò la cara del violador y mató al recién nacido. La joven se encontraba en medio de un brote psicótico causado por el trauma de la violación, según su abogada.
Desde el 23 de febrero de 2003 se encuentra privada de su libertad por orden del juez Argentino Juárez. Fue Detenida en el Penal de Mujeres de San Salvador de Jujuy.
La justicia argentina desde un principio, desestimó y no contempló el shock de la joven. Además separó la violación del resto del caso, desvinculando la violencia sufrida por Romina de su consecuencia; buscaban mostrarla como una asesina fría y despiadada, llegando a negar que hubo una violación.
Esta joven que debía enfrentar su situación ante una sociedad, que se niega a observar la intolerancia y la imposibilidad que tienen las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
Los primeros tratos en palabras de Romina:
“Me acuerdo de que me llevaron al hospital y ahí me agarró un oficial Reyes, que yo conocía del barrio, y me empezó a zamarrear, a decirme ‘pendeja de mierda, qué haz hecho’... Y yo muda, lo miraba. Después vino la neonatóloga y de vuelta a sacudirme, así con odio, que qué había hecho, que no me haga la mosquita muerta porque era un monstruo. Esas son las palabras que tengo grabadas.”
“Lo único que dije ahí mismo es que me habían violado, pero nadie quería escuchar eso, querían que declarara lo otro”
“Después se agarran de eso para decir que soy una desalmada, o hablan de la ropa que uso. Igual que en el juicio por la violación, me preguntaban si usaba pollera corta. Y claro que usaba, como todas las chicas. Ahora no sé si alguna vez voy a volver a ir a bailar, lo único que quiero es terminar la escuela, porque ya perdí mucho tiempo.”
La vergüenza de la “justicia”
La fiscal argumentó que Romina usaba minifaldas, salía a bailar y se peleaba con los padres, este proceder daba motivos para considerarla una homicida. También remarcó que haber intentado abortar era otra razón para condenarla, sosteniendo así el argumento de la Iglesia de que las mujeres que abortan son asesinas, idea que fundamenta la ilegalidad del aborto.
Mientras Romina Tejerina está desde hace 2 años y nueve meses tras las rejas, en la cárcel, el violador Eduardo "Pocho" Vargas camina por las calles de Jujuy con total impunidad. Este sujeto estuvo detenido apenas 23 días y el juez lo eximió de culpas.
Un fallo ejemplificador
El viernes 10 de junio de 2005, fue el día del fallo. Los jueces Antonio Llermanos, Héctor Carrillo y Alfredo Frías, de la Sala II de la Cámara Penal de San Salvador de Jujuy, en Argentina, condenaron a Romina a 14 años de prisión por el cargo de homicidio calificado.
Sobre su cuerpo y sobre su vida pesa la hipocresía de una justicia que arbitra-riamente habla de "homicidio calificado por el vínculo", que invisiviliza la realidad por la que atravesó y atraviesa Romina.
Mientras se dictaba la sentencia, en las calles se encontraban diferentes organi-zaciones de mujeres que exigían la libertad de Romina Tejerina y la cárcel al violador; ellas también fueron desoídas.
Los jueces Antonio Llermanos, Héctor Carillo y Alfredo José Frías consideraron que la joven vivió una "infancia plagada de violencia tanto física como moral", que "se encontraba sola esperando un niño sin padre [conocido]" y que "no tenía apoyo familiar", dado que la única que sabía de su embarazo era su hermana Erica. Por estas circunstancias el tribunal no dio lugar al pedido de la fiscal, Liliana Fernández de Montiel, de sentenciar a la joven a prisión perpetua.
El alegato de la Fiscal de Sala, Liliana Fernández de Montiel, intentó demostrar que Romina estaba en pleno dominio de sus actos al momento del hecho y deses-timar cualquier potencial atenuante.
La abogada de Tejerina, Mariana Vargas, consideró positivo que la Cámara Penal tuviera en cuenta algunas circunstancias atenuantes e insistió en que apelará el fallo.
En diciembre de 2005 la justicia denegó el pedido que solicitó la defensa de Romina para que pueda pasar las fiestas de fin de año en su casa con sus familiares.
lunes, 23 de agosto de 2010
Trabajo práctico Nº 5
La peste.
• El año pasado hemos pasado por una situación de alerta sanitario. Tuvimos que convivir con una “peste” – la gripe porcina – que nos ha dejado muchas enseñanzas. La idea de este trabajo práctico es poder pensar desde una perspectiva de los derechos humanos lo ocurrido y para eso nos vamos a valer de la obra de Albert Camus. Por ende, les voy a pedir que lean la obra literaria (se puede bajar de Internet) y articulen lo expresado ahí con lo ocurrido en nuestro país.
• Por último dejo un artículo aparecido en “La nación” que señala la articulación pretendida por esta cátedra.
1. Según Albert Camus; gracias a las plagas uno aprende algo. ¿Qué aprendió ud gracias a la epidemia de la gripe A?
2. En la ciudad donde transcurre “la peste” se cierran las puertas para evitar que se propague la epidemia. Existieron hechos que ud ha vivido que los podría comparar con esta medida extrema. La pregunta es específica y no tiene que ver con el cierre de escuelas o aeropuertos sino con cambios ocurridos en su lugar de trabajo.
3. Lateralmente en la obra aparece la medicación como salvadora y como elemento que se contrapone al discurso religioso. ¿Qué papel jugaron los laboratorios durante el periodo de la gripe porcina en Argentina?
En torno a Albert Camus, La Peste y la gripe A
"Las primeras muertes por la epidemia llenaron los espíritus de signos desconcertantes; la sorpresa de los primeros días se transformó poco a poco en angustia, miedo y finalmente en pánico. Nadie había pensado nunca que algo así nos pudiera suceder."
Albert Camus (1913 – 1960) recibió “por su importante producción literaria que ilumina con clarividente seriedad los problemas de la conciencia humana de nuestro tiempo” el Premio Nobel de Literatura 1957; publicó en 1947 “La peste”. “La peste”, supone un cierto cambio en el pensamiento de Camus, abraza la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir que se impone a la noción del absurdo; esta novela es a la vez una obra realista y alegórica, una reconstrucción mítica de los sentimientos del hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes.
En “La peste” la epidemia se genera en la ciudad argelina de Orán tan tranquila antes de esto y ahora trastornada en pocos días; da lo mismo que sea en cualquier parte. Desde los primeros casos de enfermedad denunciados y más aún con los primeros casos de muerte por la enfermedad, se incrustaba en el imaginario popular toda clase de informaciones y sentimientos que, al principio, nadie hacía caso pero, a poco andar, las cosas y los casos llegaron más lejos de lo previsible mientras que los medios de comunicación se encargaban de amplificar la realidad con comentarios de todo tipo. Se daba cuenta del fenómeno de la peste, cuya amplitud no se podía precisar y cuyo origen, aunque conocido, no podía ser combatido ni prevenido pero que tenía, trágicamente, contenidos amenazadores.
La ansiedad y hasta el pánico comenzó a llegar a las ciudades y los pueblos y por supuesto llegaba a su colmo en la ciudad. Se pedían medidas radicales, se acusaba a las autoridades de indolencia, de falta de preparación para estas cuestiones, de ocultamiento de información, de no poseer remedios efectivos, de no tener vacunas por otra parte inexistentes…
La realidad mostró, a poco andar, la fragilidad del ser humano y la muerte como certeza y destino ineluctable para todos y cada uno de nosotros.
Las primeras muertes por la epidemia llenaron los espíritus de signos desconcertantes; la sorpresa de los primeros días se transformó poco a poco en angustia, miedo y finalmente en pánico. Nadie había pensado nunca que algo así nos pudiera suceder.
La crónica, como de costumbre, atareada en comentarios variopintos sobre politiquería intrascendente, asesinatos, amoríos y vida y milagros de bellas mujeres sobreexpuestas sustituyó sus rutinas y se ocupó por entero y durante mucho tiempo, de hacer campaña sanitaria una vez que se percataron del peligro o que recibieran la orden precisa de hablar del tema.
El tiempo vital comenzó a estropearse para todos y vivimos por bastante tiempo una situación de autoencierro y aislamiento forzoso tal como en las épocas de las grandes y célebres pestes medioevales de la vieja Europa.
Se preguntaban los doctores y les preguntaban a los doctores si la cosa era seria y siempre, no por obstinación sino por desconocimiento, contestaban que no se sabía mucho del tema y que sin duda el tiempo diría la última palabra.
La gente colmaba los hospitales y los hospitales no podían recibir y asistir a todos por eso se decidió aceptar a los confirmados de la peste y rechazar a los sospechosos; muchos enfermos murieron en sus casas, lugar ideal para este trance.
Algunos comenzaron a hacer la suma de los casos; la suma resultó preocupante y provocó consternación; en pocos días los enfermos se multiplicaron y los muertos también así, entonces, estuvimos seguros de que se trataba de una verdadera epidemia.
Murieron cerca de cien millones de personas en la treintena de pestes que la historia ha conocido en Europa y de peste parecida a la actual por el año 1918. Entre nosotros, una mañana lluviosa y destemplada de 1956, comenzaron a llegar a los hospitales niños afectados de parálisis infantil, o mejor dicho, de poliomielitis anterior aguda o Enfermedad de Heine-Médin. Cada tres o cuatro años aparecía la epidemia.
La de 1943 fue tremenda, y la de 1956 peor todavía. Había pulmotores o respiradores mecánicos hasta en los pasillos de las salas de los hospitales y no alcanzaban para todos. El ruido de esos cilindros presurizados era ensordecedor y era trágico ver a los pobres niños metidos en esos armatostes. Los padres y los médicos estaban desesperados porque era poco lo que se podía hacer; la gente lavaba y lavaba las veredas de las ciudades con una bolsita colgada del cuello conteniendo alcanfor para ahuyentar los virus sin que faltaran medallas protectoras, amuletos y profecías. Algunos invocaban a la Enfermera Elizabeth Kenny de Estados Unidos de Norteamérica para que enseñara a rehabilitar a centenares de niños argentinos sobrevivientes pero tullidos, doloridos e impedidos de moverse.
Se suponía que en nuestro mundo occidental desarrollado era imposible una reaparición trasnochada de una epidemia de cualquier causa sin recordar que hace muy poco nos apabulló el cólera, el dengue y nos acompaña imperturbable el Chagas (la enfermedad de Chagas causada por el protozoo Trypanosoma cruzi es endémica en América Latina con 15 millones de infectados, 50.000 nuevos casos anuales y alrededor de 14.000 muertes por año. El Chagas es una enfermedad socio-económica que afecta a poblaciones de escasos recursos y con viviendas precarias) y otras cosas más…; redescubrimos que había mucha gente con hambre y que los desnutridos, resuelta y definitivamente indefensos ante la infección por carecer de inmunidades, caerían sin pasar por el cedazo en el pozo de la muerte.
Casi todos nosotros somos descreídos de las plagas y las pestes. Difícilmente creemos en ellas hasta que se nos caen sobre la cabeza, “ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, no obstante, peste y guerras toman siempre desprevenida a la gente”. “La calamidad no está hecha a medida del hombre, por tanto, se concluye que la calamidad es irreal; es una pesadilla que va a pasar”.
Nosotros creemos y pensamos que no nos pueden caer calamidades porque somos poco modestos, ignoramos casi todo, confundimos opiniones con argumentos y llenamos permanentemente nuestros vacíos haciendo negocios, preparando y haciendo viajes y creyendo en el progreso continuo de la humanidad; en cualquier momento, aún tomando precauciones, la peste suprimirá nuestra libertad y cancelará nuestro porvenir.
Otra cuestión, no menor, era saber qué medidas convenía tomar ante la epidemia y, como corresponde, se aceleró el trámite para constituir comisiones sanitarias de expertos que, como siempre, muchas veces no coincidían y no lograban unificar el discurso que la gente necesitaba escuchar.
La cuestión era saber si se trataba de una epidemia o no aunque la gran mamá de la OMS ya se había expresado afirmativamente en ese sentido; por otra parte, era políticamente incorrecto escandalizar, dudar, sobresaltarse, entregarse al pánico porque, al fin de cuentas, se trataba de … una simple fiebre con complicaciones.
Mientras tanto que la peste avanzaba, los pocos laboratorios capacitados y tecnificados para hacer buenos diagnósticos se abarrotaron de muestras para análisis cuyos resultados tardaron en llegar pero, además, algunos sabíamos que no modificarían el acontecer clínico natural de la enfermedad pero permitirían discutir y comparar resultados estadísticos. A la velocidad en que se propaga la enfermedad, si no es detenida o se agota en sí mismo el brote epidémico, alcanza para enfermar y matar a mucha gente y poco importará cómo se llame científicamente y que clase de guarismos acumulen las estadísticas.
Si esta peste o epidemia no cesaba por sí misma, habría que aplicar las medidas rigurosas de profilaxis conocidas y previstas pero también habría que reconocer oficialmente que se trata de una epidemia y esto no es para nada simpático para los funcionarios de turno.
Los primeros días arreciaron informaciones y consejos y se tomaron medidas sanitarias poco draconianas para no inquietar a la opinión pública.
Las medidas preventivas que se tomaron fueron prudentes y comprensibles y se supuso que serían suficientes para impedir la extensión de la epidemia; los administradores del país de abnegada dedicación al tema, como era de esperar, pidieron la colaboración y el esfuerzo personal a toda la comunidad comprometida con la epidemia por su propio miedo que se dedicó a extremar la limpieza y la higiene casi en forma fóbica y a concurrir a los servicios sanitarios ante una simple y transitoria carraspera agotando prontamente la capacidad de respuesta de los servicios y las reservas de alcohol y barbijos; el barbijo no servía para nada pero daba confianza y tranquilizaba al que lo usaba y a los demás; por otra parte todas estas cosas eran inútiles ante los virus que atraviesan sin atasco las barreras más sofisticadas y se instalan como huéspedes inoportunos y letales en los seres menos pensados. Todas las cosas, los objetos, las personas, las habitaciones… fueron sometidas a desinfección obligatoria.
Las personas por lo demás sociables, afectuosas y deseosas de proximidad debieron separarse evitando los contactos, tan necesitados de calor humano como estamos. Los miembros de una misma familia debían aislarse los unos de los otros porque alguien podía estar contaminado y no saberlo. Sentíamos que estábamos a merced de la enfermedad.
Los restaurantes, los cafés, los cines y teatros, las escuelas, el Congreso nacional, las legislaturas provinciales, las universidades, los shopping, los supermercados…fueron cerrados o restringido su acceso por un tiempo desesperando a los comerciantes por la ruinosa merma de su rentabilidad.
Cada vez que pensábamos en la epidemia nos costaba mucho admitir que teníamos miedo y aceptar que ante los primeros muertos se acabaría el mundo.
Para la mayoría de nosotros, si enfermábamos, no nos quedaría otra alternativa que concurrir al hospital o a la salita donde se asisten los pobres y ya es sabido que allí hay que esperar largas horas para que hagan experimentos con uno, te den algún medicamento que suele no alcanzar para un tratamiento completo para, al fin de cuentas, morirse igual y de cualquier manera y sanseacabó.
El país entero estuvo acordonado sanitariamente por orden de la administración pública aconsejada por los expertos. Pese a todo, los comunicados oficiales se mantuvieron optimistas todo el tiempo; sin confesarlo, sabíamos que las medidas que se habían impuesto no alcanzarían para vencer la epidemia; seguramente la peste cesaría por sí misma con el paso del tiempo; las barreras estaban puestas, a partir de ahí, había que cruzarse de brazos y esperar.
En pocos días se llenaron las salas de los hospitales, las terapias intensivas, la salas de espera de guardias de emergencia y consultorios; los remedios no del todo eficaces fueron comprados a granel por el estado y distribuidos a lo largo y ancho de nuestro extenso país. Nuestra gente comenzó a caminar sigilosamente por las calles, abatidos y silenciosos.
La enfermedad debía ser denunciada obligatoriamente y los enfermos aislados de inmediato; las personas cercanas a los enfermos fueron sometidos a cuarentenas de seguridad para tratar de evitar que enfermasen o que contagiaran a su vez. La peste, nuestra epidemia, se convirtió poco a poco en asunto de todos; estábamos atrapados en la misma red e impedidos preventivamente de reunirnos y hasta comunicarnos en forma personal y directa.
La plaga, la peste, la epidemia, la enfermedad atravesaba el tiempo que transcurría inexorablemente sembrando dolor y muerte, tanto que todo esto ya se había convertido en una rutina; ya nadie creía en un fin rápido de la epidemia y hasta nuestros temores nos parecían infundados; la peste había suprimido los juicios de valor y se aceptaba todo como viniera, en bloque.
La invasión brutal de la epidemia nos igualó a todos y nos solidarizó aún sin quererlo; en las disposiciones sanitarias no había lugar para negociar, obtener favores y privilegios, solicitar medidas de excepción.
Hace tiempo que nos habíamos acostumbrado a tener una vida activa más hacia fuera; la epidemia nos dejó casi ociosos, reducidos a dar vueltas restringidas entre nuestro trabajo y nuestras casas, presos de nuestros miedos y atrapados por nuestros recuerdos y nostalgias de los buenos tiempos; teníamos la condición de prisioneros reducidos a nuestro pasado ya que el futuro era incierto o inalcanzable; era un verdadero exilio interno, prisioneros y desterrados en nuestra propia patria con una memoria llena de añoranzas que ya no servían para nada.
Podíamos entender con muchas dificultades lo que nos estaba sucediendo; el espectro de nuestros miedos oscilaba entre nuestras preocupaciones personales, la postergación de la concreción de nuestros intereses, el sentimiento de que nuestros hábitos y rutinas estaban desbaratados; nos invadía el nerviosismo y la irritación y, por sobre todo, tardamos mucho en aceptar la enfermedad; como de costumbre, externalizamos la culpa achacándole todo a “este país” y a sus gobernantes. La opinión pública se hizo cargo de la verdad a medida que el número de muertos aumentaba. Nos recomendaban suprimir o acotar al máximo las pompas fúnebres, los velatorios y enterrar a los muertos presurosamente y a cajón cerrado; rapidez, eficiencia y mínimo de riesgo era la consigna.
Transcurridos días y semanas, estábamos como embotados, atónitos y por momentos como despertando de un sueño; perplejos y no bien despiertos decíamos al unísono ya es tiempo de que se acabe esto. La idea popular de que el alcohol mata todo tipo de bacterias y virus y nos preserva de las enfermedades infecciosas se fortificó en la opinión de la mayoría que se quedaron con todo el alcohol disponible en pocas horas pagando por él precios siderales sin dudar en momento alguno.
La mayor parte de nuestra gente que es creyente, tiene fe, es religiosa y practica su religión invadió las iglesias y los templos. No sabemos con certeza si toda nuestra gente, la que se derramaba dentro y fuera de los templos, en su inconsciente recordaba el texto bíblico del Exodo referente a la peste en Egipto: “La primera vez que esta plaga apareció en la historia fue para castigar a los enemigos de Dios. Faraón se opone a los designios eternos y la peste le hace caer de rodillas. Desde el principio de la historia la plaga de Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos. Meditad en esto y arrodillaos” o era tal el tamaño de la culpa acumulada por casi todos que había que expulsarla o conculcarla por ruegos y súplicas reclamando el perdón; finalmente, era de esperar que la misericordia divina acabara con la peste.
Nunca quedará claro que efectos reales produjeron en las personas y en el agostamiento de la epidemia las medidas sanitarias, los medicamentos, el tiempo transcurrido, las súplicas escuchadas por Dios…o será que nuestros conciudadanos comenzaron a hacerse cargo de verdad de la situación que nos involucraba a todos sin excepción y empezaron a cuidarse ellos y solidariamente a los demás. A partir de esto último la atmósfera de nuestro espacio social se modificó favorablemente un poco.
Semanas tras semanas estuvimos mirando obstinadamente los noticieros de la televisión y los periódicos, escuchando los informativos radiales, semblanteando las caras de las pocas personas que andaban por las calles; teníamos la esperanza de encontrar señales del fin próximo de la enfermedad.
Nos cayó la epidemia en tiempos de frío invernal, en junio, julio y agosto y como suele suceder especialmente en el norte argentino, el tiempo enloquecido nos hacía tiritar, otras veces estallaba el cielo en lluvias heladas, o en vientos huracanados, secos, calientes y llenos de polvo que se nos caían encima después de haberse secado y embravecido lo suficiente al deslizarse por la cordillera de los Andes. No sólo teníamos que protegernos de la epidemia sino también del clima. Cada uno de nosotros sabía que el frío favorecía la epidemia y que el calor tardaría en llegar. La epidemia que nos acosaba era más difícil de soportar que un buen temblor de tierra del que teníamos sobradas experiencias; una buena sacudida por un ratito y se acabó…se cuentan los vivos, los muertos y las casas destrozadas; a otra cosa y volvemos a empezar.
Esta epidemia fue la ruina del turismo en el que teníamos puestas nuestras esperanzas para revitalizar el alicaído comercio y la venta de servicios en un contexto socioeconómico actual tremendamente negativo para la mayoría de nuestro pueblo. La pasión por vivir siempre está en el centro de las grandes calamidades aunque pareciera, viendo los resultados y los desastres de esta epidemia, que el orden del mundo está regido por la muerte y que las pretendidas victorias sobre ella son siempre provisionales e ilusorias.
La red de ayuda solidaria se fue organizando poco a poco; todos sabíamos que era lo único posible y que no podíamos contar por mucho tiempo con el auxilio basado en el deber y en el trabajo de unos pocos. Todos y cada uno debíamos luchar contra la enfermedad y la epidemia.
La peste había concitado y coagulado nuestros destinos individuales en una historia colectiva pese a que se encarnizaba especialmente sobre todos aquellos que vivían en grupos, en conglomerados urbanos que la epidemia, ignorante de la estratificación social, no distinguía entre periféricos y marginales o del centro y acomodados. No fue necesario asimilar el estado de peste al estado de sitio, aunque quedó claro que se aplicarían medidas correctivas si había incumplimientos de las recomendaciones o desbordes.
Pensábamos que esto de la epidemia no acabaría nunca y que aún habría más víctimas. “La peste no olvidaba a nadie por mucho tiempo…no cesó de avanzar con su paso paciente y entrecortado”. Hace tanto tiempo que dura esta epidemia que uno siente ganas de abandonarse, de no cuidarse más; cada vez era mayor el esfuerzo por ser aparentemente normal y responsable.
La enfermedad comenzó un brusco retroceso; las estadísticas comenzaron a bajar; una esperanza se abría y llegamos a creer que un futuro mejor nos esperaba. Por espíritu de prudencia, todos aprobamos la necesidad y la conveniencia de prolongar las medidas de profilaxis, los cuidados y la vigilancia. La liberación de la peste se aproximaba; en el aire de las calles se mezclaba las risas de los sobrevivientes con las lágrimas de los enlutados. “Todo cuanto un hombre podía ganar en el juego de la peste y de la vida era el conocimiento y la memoria”. La peste nos enseñó que no se puede vivir sólo con lo que uno sabe y recuerda privados de lo que se espera; nos dimos cuenta que una vida plena debe estar llena de ilusiones y esperanzas.
El tiempo del sufrimiento y de la angustiosa expectativa llegaba a su fin con la desaparición de la epidemia y comenzaba el tiempo del olvido…
“Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida nada más”.
Fuente: “La peste” de Albert Camus; Obras completas; Editorial Aguilar, México; 1959. Paráfrasis de la novela homónima con algunos encomillados de la obra original. Narración ambientada en la Argentina del año 2009.
* Leonardo Strejilevich es médico, especialista en neurogerontología – neurogeriatría, Master en Gerontología Social, Universidad Autónoma de Madrid
Fuente: El Intransigente
La peste.
• El año pasado hemos pasado por una situación de alerta sanitario. Tuvimos que convivir con una “peste” – la gripe porcina – que nos ha dejado muchas enseñanzas. La idea de este trabajo práctico es poder pensar desde una perspectiva de los derechos humanos lo ocurrido y para eso nos vamos a valer de la obra de Albert Camus. Por ende, les voy a pedir que lean la obra literaria (se puede bajar de Internet) y articulen lo expresado ahí con lo ocurrido en nuestro país.
• Por último dejo un artículo aparecido en “La nación” que señala la articulación pretendida por esta cátedra.
1. Según Albert Camus; gracias a las plagas uno aprende algo. ¿Qué aprendió ud gracias a la epidemia de la gripe A?
2. En la ciudad donde transcurre “la peste” se cierran las puertas para evitar que se propague la epidemia. Existieron hechos que ud ha vivido que los podría comparar con esta medida extrema. La pregunta es específica y no tiene que ver con el cierre de escuelas o aeropuertos sino con cambios ocurridos en su lugar de trabajo.
3. Lateralmente en la obra aparece la medicación como salvadora y como elemento que se contrapone al discurso religioso. ¿Qué papel jugaron los laboratorios durante el periodo de la gripe porcina en Argentina?
En torno a Albert Camus, La Peste y la gripe A
"Las primeras muertes por la epidemia llenaron los espíritus de signos desconcertantes; la sorpresa de los primeros días se transformó poco a poco en angustia, miedo y finalmente en pánico. Nadie había pensado nunca que algo así nos pudiera suceder."
Albert Camus (1913 – 1960) recibió “por su importante producción literaria que ilumina con clarividente seriedad los problemas de la conciencia humana de nuestro tiempo” el Premio Nobel de Literatura 1957; publicó en 1947 “La peste”. “La peste”, supone un cierto cambio en el pensamiento de Camus, abraza la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir que se impone a la noción del absurdo; esta novela es a la vez una obra realista y alegórica, una reconstrucción mítica de los sentimientos del hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes.
En “La peste” la epidemia se genera en la ciudad argelina de Orán tan tranquila antes de esto y ahora trastornada en pocos días; da lo mismo que sea en cualquier parte. Desde los primeros casos de enfermedad denunciados y más aún con los primeros casos de muerte por la enfermedad, se incrustaba en el imaginario popular toda clase de informaciones y sentimientos que, al principio, nadie hacía caso pero, a poco andar, las cosas y los casos llegaron más lejos de lo previsible mientras que los medios de comunicación se encargaban de amplificar la realidad con comentarios de todo tipo. Se daba cuenta del fenómeno de la peste, cuya amplitud no se podía precisar y cuyo origen, aunque conocido, no podía ser combatido ni prevenido pero que tenía, trágicamente, contenidos amenazadores.
La ansiedad y hasta el pánico comenzó a llegar a las ciudades y los pueblos y por supuesto llegaba a su colmo en la ciudad. Se pedían medidas radicales, se acusaba a las autoridades de indolencia, de falta de preparación para estas cuestiones, de ocultamiento de información, de no poseer remedios efectivos, de no tener vacunas por otra parte inexistentes…
La realidad mostró, a poco andar, la fragilidad del ser humano y la muerte como certeza y destino ineluctable para todos y cada uno de nosotros.
Las primeras muertes por la epidemia llenaron los espíritus de signos desconcertantes; la sorpresa de los primeros días se transformó poco a poco en angustia, miedo y finalmente en pánico. Nadie había pensado nunca que algo así nos pudiera suceder.
La crónica, como de costumbre, atareada en comentarios variopintos sobre politiquería intrascendente, asesinatos, amoríos y vida y milagros de bellas mujeres sobreexpuestas sustituyó sus rutinas y se ocupó por entero y durante mucho tiempo, de hacer campaña sanitaria una vez que se percataron del peligro o que recibieran la orden precisa de hablar del tema.
El tiempo vital comenzó a estropearse para todos y vivimos por bastante tiempo una situación de autoencierro y aislamiento forzoso tal como en las épocas de las grandes y célebres pestes medioevales de la vieja Europa.
Se preguntaban los doctores y les preguntaban a los doctores si la cosa era seria y siempre, no por obstinación sino por desconocimiento, contestaban que no se sabía mucho del tema y que sin duda el tiempo diría la última palabra.
La gente colmaba los hospitales y los hospitales no podían recibir y asistir a todos por eso se decidió aceptar a los confirmados de la peste y rechazar a los sospechosos; muchos enfermos murieron en sus casas, lugar ideal para este trance.
Algunos comenzaron a hacer la suma de los casos; la suma resultó preocupante y provocó consternación; en pocos días los enfermos se multiplicaron y los muertos también así, entonces, estuvimos seguros de que se trataba de una verdadera epidemia.
Murieron cerca de cien millones de personas en la treintena de pestes que la historia ha conocido en Europa y de peste parecida a la actual por el año 1918. Entre nosotros, una mañana lluviosa y destemplada de 1956, comenzaron a llegar a los hospitales niños afectados de parálisis infantil, o mejor dicho, de poliomielitis anterior aguda o Enfermedad de Heine-Médin. Cada tres o cuatro años aparecía la epidemia.
La de 1943 fue tremenda, y la de 1956 peor todavía. Había pulmotores o respiradores mecánicos hasta en los pasillos de las salas de los hospitales y no alcanzaban para todos. El ruido de esos cilindros presurizados era ensordecedor y era trágico ver a los pobres niños metidos en esos armatostes. Los padres y los médicos estaban desesperados porque era poco lo que se podía hacer; la gente lavaba y lavaba las veredas de las ciudades con una bolsita colgada del cuello conteniendo alcanfor para ahuyentar los virus sin que faltaran medallas protectoras, amuletos y profecías. Algunos invocaban a la Enfermera Elizabeth Kenny de Estados Unidos de Norteamérica para que enseñara a rehabilitar a centenares de niños argentinos sobrevivientes pero tullidos, doloridos e impedidos de moverse.
Se suponía que en nuestro mundo occidental desarrollado era imposible una reaparición trasnochada de una epidemia de cualquier causa sin recordar que hace muy poco nos apabulló el cólera, el dengue y nos acompaña imperturbable el Chagas (la enfermedad de Chagas causada por el protozoo Trypanosoma cruzi es endémica en América Latina con 15 millones de infectados, 50.000 nuevos casos anuales y alrededor de 14.000 muertes por año. El Chagas es una enfermedad socio-económica que afecta a poblaciones de escasos recursos y con viviendas precarias) y otras cosas más…; redescubrimos que había mucha gente con hambre y que los desnutridos, resuelta y definitivamente indefensos ante la infección por carecer de inmunidades, caerían sin pasar por el cedazo en el pozo de la muerte.
Casi todos nosotros somos descreídos de las plagas y las pestes. Difícilmente creemos en ellas hasta que se nos caen sobre la cabeza, “ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, no obstante, peste y guerras toman siempre desprevenida a la gente”. “La calamidad no está hecha a medida del hombre, por tanto, se concluye que la calamidad es irreal; es una pesadilla que va a pasar”.
Nosotros creemos y pensamos que no nos pueden caer calamidades porque somos poco modestos, ignoramos casi todo, confundimos opiniones con argumentos y llenamos permanentemente nuestros vacíos haciendo negocios, preparando y haciendo viajes y creyendo en el progreso continuo de la humanidad; en cualquier momento, aún tomando precauciones, la peste suprimirá nuestra libertad y cancelará nuestro porvenir.
Otra cuestión, no menor, era saber qué medidas convenía tomar ante la epidemia y, como corresponde, se aceleró el trámite para constituir comisiones sanitarias de expertos que, como siempre, muchas veces no coincidían y no lograban unificar el discurso que la gente necesitaba escuchar.
La cuestión era saber si se trataba de una epidemia o no aunque la gran mamá de la OMS ya se había expresado afirmativamente en ese sentido; por otra parte, era políticamente incorrecto escandalizar, dudar, sobresaltarse, entregarse al pánico porque, al fin de cuentas, se trataba de … una simple fiebre con complicaciones.
Mientras tanto que la peste avanzaba, los pocos laboratorios capacitados y tecnificados para hacer buenos diagnósticos se abarrotaron de muestras para análisis cuyos resultados tardaron en llegar pero, además, algunos sabíamos que no modificarían el acontecer clínico natural de la enfermedad pero permitirían discutir y comparar resultados estadísticos. A la velocidad en que se propaga la enfermedad, si no es detenida o se agota en sí mismo el brote epidémico, alcanza para enfermar y matar a mucha gente y poco importará cómo se llame científicamente y que clase de guarismos acumulen las estadísticas.
Si esta peste o epidemia no cesaba por sí misma, habría que aplicar las medidas rigurosas de profilaxis conocidas y previstas pero también habría que reconocer oficialmente que se trata de una epidemia y esto no es para nada simpático para los funcionarios de turno.
Los primeros días arreciaron informaciones y consejos y se tomaron medidas sanitarias poco draconianas para no inquietar a la opinión pública.
Las medidas preventivas que se tomaron fueron prudentes y comprensibles y se supuso que serían suficientes para impedir la extensión de la epidemia; los administradores del país de abnegada dedicación al tema, como era de esperar, pidieron la colaboración y el esfuerzo personal a toda la comunidad comprometida con la epidemia por su propio miedo que se dedicó a extremar la limpieza y la higiene casi en forma fóbica y a concurrir a los servicios sanitarios ante una simple y transitoria carraspera agotando prontamente la capacidad de respuesta de los servicios y las reservas de alcohol y barbijos; el barbijo no servía para nada pero daba confianza y tranquilizaba al que lo usaba y a los demás; por otra parte todas estas cosas eran inútiles ante los virus que atraviesan sin atasco las barreras más sofisticadas y se instalan como huéspedes inoportunos y letales en los seres menos pensados. Todas las cosas, los objetos, las personas, las habitaciones… fueron sometidas a desinfección obligatoria.
Las personas por lo demás sociables, afectuosas y deseosas de proximidad debieron separarse evitando los contactos, tan necesitados de calor humano como estamos. Los miembros de una misma familia debían aislarse los unos de los otros porque alguien podía estar contaminado y no saberlo. Sentíamos que estábamos a merced de la enfermedad.
Los restaurantes, los cafés, los cines y teatros, las escuelas, el Congreso nacional, las legislaturas provinciales, las universidades, los shopping, los supermercados…fueron cerrados o restringido su acceso por un tiempo desesperando a los comerciantes por la ruinosa merma de su rentabilidad.
Cada vez que pensábamos en la epidemia nos costaba mucho admitir que teníamos miedo y aceptar que ante los primeros muertos se acabaría el mundo.
Para la mayoría de nosotros, si enfermábamos, no nos quedaría otra alternativa que concurrir al hospital o a la salita donde se asisten los pobres y ya es sabido que allí hay que esperar largas horas para que hagan experimentos con uno, te den algún medicamento que suele no alcanzar para un tratamiento completo para, al fin de cuentas, morirse igual y de cualquier manera y sanseacabó.
El país entero estuvo acordonado sanitariamente por orden de la administración pública aconsejada por los expertos. Pese a todo, los comunicados oficiales se mantuvieron optimistas todo el tiempo; sin confesarlo, sabíamos que las medidas que se habían impuesto no alcanzarían para vencer la epidemia; seguramente la peste cesaría por sí misma con el paso del tiempo; las barreras estaban puestas, a partir de ahí, había que cruzarse de brazos y esperar.
En pocos días se llenaron las salas de los hospitales, las terapias intensivas, la salas de espera de guardias de emergencia y consultorios; los remedios no del todo eficaces fueron comprados a granel por el estado y distribuidos a lo largo y ancho de nuestro extenso país. Nuestra gente comenzó a caminar sigilosamente por las calles, abatidos y silenciosos.
La enfermedad debía ser denunciada obligatoriamente y los enfermos aislados de inmediato; las personas cercanas a los enfermos fueron sometidos a cuarentenas de seguridad para tratar de evitar que enfermasen o que contagiaran a su vez. La peste, nuestra epidemia, se convirtió poco a poco en asunto de todos; estábamos atrapados en la misma red e impedidos preventivamente de reunirnos y hasta comunicarnos en forma personal y directa.
La plaga, la peste, la epidemia, la enfermedad atravesaba el tiempo que transcurría inexorablemente sembrando dolor y muerte, tanto que todo esto ya se había convertido en una rutina; ya nadie creía en un fin rápido de la epidemia y hasta nuestros temores nos parecían infundados; la peste había suprimido los juicios de valor y se aceptaba todo como viniera, en bloque.
La invasión brutal de la epidemia nos igualó a todos y nos solidarizó aún sin quererlo; en las disposiciones sanitarias no había lugar para negociar, obtener favores y privilegios, solicitar medidas de excepción.
Hace tiempo que nos habíamos acostumbrado a tener una vida activa más hacia fuera; la epidemia nos dejó casi ociosos, reducidos a dar vueltas restringidas entre nuestro trabajo y nuestras casas, presos de nuestros miedos y atrapados por nuestros recuerdos y nostalgias de los buenos tiempos; teníamos la condición de prisioneros reducidos a nuestro pasado ya que el futuro era incierto o inalcanzable; era un verdadero exilio interno, prisioneros y desterrados en nuestra propia patria con una memoria llena de añoranzas que ya no servían para nada.
Podíamos entender con muchas dificultades lo que nos estaba sucediendo; el espectro de nuestros miedos oscilaba entre nuestras preocupaciones personales, la postergación de la concreción de nuestros intereses, el sentimiento de que nuestros hábitos y rutinas estaban desbaratados; nos invadía el nerviosismo y la irritación y, por sobre todo, tardamos mucho en aceptar la enfermedad; como de costumbre, externalizamos la culpa achacándole todo a “este país” y a sus gobernantes. La opinión pública se hizo cargo de la verdad a medida que el número de muertos aumentaba. Nos recomendaban suprimir o acotar al máximo las pompas fúnebres, los velatorios y enterrar a los muertos presurosamente y a cajón cerrado; rapidez, eficiencia y mínimo de riesgo era la consigna.
Transcurridos días y semanas, estábamos como embotados, atónitos y por momentos como despertando de un sueño; perplejos y no bien despiertos decíamos al unísono ya es tiempo de que se acabe esto. La idea popular de que el alcohol mata todo tipo de bacterias y virus y nos preserva de las enfermedades infecciosas se fortificó en la opinión de la mayoría que se quedaron con todo el alcohol disponible en pocas horas pagando por él precios siderales sin dudar en momento alguno.
La mayor parte de nuestra gente que es creyente, tiene fe, es religiosa y practica su religión invadió las iglesias y los templos. No sabemos con certeza si toda nuestra gente, la que se derramaba dentro y fuera de los templos, en su inconsciente recordaba el texto bíblico del Exodo referente a la peste en Egipto: “La primera vez que esta plaga apareció en la historia fue para castigar a los enemigos de Dios. Faraón se opone a los designios eternos y la peste le hace caer de rodillas. Desde el principio de la historia la plaga de Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos. Meditad en esto y arrodillaos” o era tal el tamaño de la culpa acumulada por casi todos que había que expulsarla o conculcarla por ruegos y súplicas reclamando el perdón; finalmente, era de esperar que la misericordia divina acabara con la peste.
Nunca quedará claro que efectos reales produjeron en las personas y en el agostamiento de la epidemia las medidas sanitarias, los medicamentos, el tiempo transcurrido, las súplicas escuchadas por Dios…o será que nuestros conciudadanos comenzaron a hacerse cargo de verdad de la situación que nos involucraba a todos sin excepción y empezaron a cuidarse ellos y solidariamente a los demás. A partir de esto último la atmósfera de nuestro espacio social se modificó favorablemente un poco.
Semanas tras semanas estuvimos mirando obstinadamente los noticieros de la televisión y los periódicos, escuchando los informativos radiales, semblanteando las caras de las pocas personas que andaban por las calles; teníamos la esperanza de encontrar señales del fin próximo de la enfermedad.
Nos cayó la epidemia en tiempos de frío invernal, en junio, julio y agosto y como suele suceder especialmente en el norte argentino, el tiempo enloquecido nos hacía tiritar, otras veces estallaba el cielo en lluvias heladas, o en vientos huracanados, secos, calientes y llenos de polvo que se nos caían encima después de haberse secado y embravecido lo suficiente al deslizarse por la cordillera de los Andes. No sólo teníamos que protegernos de la epidemia sino también del clima. Cada uno de nosotros sabía que el frío favorecía la epidemia y que el calor tardaría en llegar. La epidemia que nos acosaba era más difícil de soportar que un buen temblor de tierra del que teníamos sobradas experiencias; una buena sacudida por un ratito y se acabó…se cuentan los vivos, los muertos y las casas destrozadas; a otra cosa y volvemos a empezar.
Esta epidemia fue la ruina del turismo en el que teníamos puestas nuestras esperanzas para revitalizar el alicaído comercio y la venta de servicios en un contexto socioeconómico actual tremendamente negativo para la mayoría de nuestro pueblo. La pasión por vivir siempre está en el centro de las grandes calamidades aunque pareciera, viendo los resultados y los desastres de esta epidemia, que el orden del mundo está regido por la muerte y que las pretendidas victorias sobre ella son siempre provisionales e ilusorias.
La red de ayuda solidaria se fue organizando poco a poco; todos sabíamos que era lo único posible y que no podíamos contar por mucho tiempo con el auxilio basado en el deber y en el trabajo de unos pocos. Todos y cada uno debíamos luchar contra la enfermedad y la epidemia.
La peste había concitado y coagulado nuestros destinos individuales en una historia colectiva pese a que se encarnizaba especialmente sobre todos aquellos que vivían en grupos, en conglomerados urbanos que la epidemia, ignorante de la estratificación social, no distinguía entre periféricos y marginales o del centro y acomodados. No fue necesario asimilar el estado de peste al estado de sitio, aunque quedó claro que se aplicarían medidas correctivas si había incumplimientos de las recomendaciones o desbordes.
Pensábamos que esto de la epidemia no acabaría nunca y que aún habría más víctimas. “La peste no olvidaba a nadie por mucho tiempo…no cesó de avanzar con su paso paciente y entrecortado”. Hace tanto tiempo que dura esta epidemia que uno siente ganas de abandonarse, de no cuidarse más; cada vez era mayor el esfuerzo por ser aparentemente normal y responsable.
La enfermedad comenzó un brusco retroceso; las estadísticas comenzaron a bajar; una esperanza se abría y llegamos a creer que un futuro mejor nos esperaba. Por espíritu de prudencia, todos aprobamos la necesidad y la conveniencia de prolongar las medidas de profilaxis, los cuidados y la vigilancia. La liberación de la peste se aproximaba; en el aire de las calles se mezclaba las risas de los sobrevivientes con las lágrimas de los enlutados. “Todo cuanto un hombre podía ganar en el juego de la peste y de la vida era el conocimiento y la memoria”. La peste nos enseñó que no se puede vivir sólo con lo que uno sabe y recuerda privados de lo que se espera; nos dimos cuenta que una vida plena debe estar llena de ilusiones y esperanzas.
El tiempo del sufrimiento y de la angustiosa expectativa llegaba a su fin con la desaparición de la epidemia y comenzaba el tiempo del olvido…
“Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida nada más”.
Fuente: “La peste” de Albert Camus; Obras completas; Editorial Aguilar, México; 1959. Paráfrasis de la novela homónima con algunos encomillados de la obra original. Narración ambientada en la Argentina del año 2009.
* Leonardo Strejilevich es médico, especialista en neurogerontología – neurogeriatría, Master en Gerontología Social, Universidad Autónoma de Madrid
Fuente: El Intransigente
viernes, 13 de agosto de 2010
- Trabajo práctico número 3.
- La ciudad utópica.
- Ministerio de Salud de la Pcia de Bs as.
Región Sanitaria VII - Área de Capacitación.
• Bloque de Formacion Común. Curso: Derechos Humanos y Gestión en Salud.
• Aquí les presento un texto maravilloso del 1800, escrito por uno de los máximos exponentes del higienismo de la época: Emilio Coni. En este caso les voy a pedir que puedan contestar una serie de preguntas, a saber:
1. Una de las salidas que propone el Dr Coni es la creación de asilos para enfermos mentales. Medida revolucionaria para la época que termina con tantos años de prácticas represivas sobre dichas cuestiones. ¿Que consecuencias sanitarias ha producido esta medida?
2. La mayor preocupación de los higienistas de la época era la gran inmigración que llegaba al puerto de Buenos Aires. Pretendían implementar medidas de asistencia y de educación moralizadoras para modificar prácticas cotidianas de la población. ¿ Cómo cree ud que este tipo de intervenciones médicas aparecen en la actualidad, por ejemplo con las poblaciones de bajos recursos o los migrantes de países vecinos?
3. La atmosfera que rodea el relato plantea dejar en manos de la ciencia algunos problemas de tipo político/sociales. Por ejemplo la urbanización de la población en manos de los arquitectos e ingenieros; de la salud bajo el control de los médicos, etc. ¿Cuál es su opinión al respecto?
4. El Dr Emilio Coni trabaja sobre la cuestión de la caridad y la filantropia. ¿qué efecto se produjo en lo social cuando la salud quedó en manos del Estado?
Un Médico Higienista Buscando Ordenar el Mundo Urbano Argentino de Comienzos del Siglo XX (a)
RESUMEN
Aferrándose a las altas expectativas generadas por el discurso del progreso y las promesas de la ciencia, la higiene fue una suerte de gran consejera, de experta en el arte de observar, corregir, mejorar o tratar de cambiar radicalmente la salud del cuerpo social en su conjunto. En ese contexto llegó incluso a imaginar ciudades alternativas o utópicas. Emilio Coni, probablemente el higienista argentino más destacado de fines del siglo XIX y comienzos del XX, imaginó una de esas ciudades. Las notas que siguen contextualizan su "Ciudad argentina ideal o del porvenir", cuyo texto original -publicado por primera vez el 3 de abril de 1919 en La Semana Médica- se reproduce.
PALABRAS CLAVE Historia; Salud Pública; Saneamiento.
Progreso, multitud, orden, y bienestar fueron algunos de los elementos constitutivos de una ideología urbana que desde el último tercio del siglo XIX marcó a la reflexión sociológica argentina. En ese contexto, donde eran inocultables los desafíos de un porvenir crecientemente asociado a los problemas de la metrópolis moderna y en menor medida del mundo industrial, se incubaron los discursos de la degeneración y la regeneración, de la reforma y el cambio social profundo. La higiene estuvo en el centro mismo de esos discursos, como forma de ejercitación del poder, como técnica preventiva atenta a los problemas colectivos del ambiente urbano y de su administración y gestión, como política social vinculada a la generación de tecnologías utilizables en muy variados campos de acción, de la casa al barrio y la ciudad, de la escuela a la fábrica y el taller. Aferrándose metódicamente a las altas expectativas generadas por el discurso del progreso y las promesas de la ciencia, fue una suerte de gran consejera, de experta en el arte de observar, corregir, mejorar o cambiar radicalmente la salud del cuerpo social en su conjunto. Llegó incluso a imaginar ciudades alternativas o utópicas.
En la Argentina esos ejercicios de imaginación no han sido muy prolíficos. Dispersas en textos periodísticos y ensayos académicos aparecen ideas y visiones que revelan una cierta voluntad de imaginar el futuro o, incluso, tratar de modelarlo. La ciudad argentina ideal o del porvenir (b) es un ejemplo acabado de esa voluntad. Escrita por Emilio Coni, uno de los más distinguidos médicos higienistas argentinos y publicada en La Semana Médica en 1919, esta ciudad imaginada expresa de modo sintético la vocación de reforma que permeó no sólo la prolífica producción académica y de difusión de su autor, sino también, y más en general, la del reformismo higiénico de fines del siglo XIX y comienzos del XX, obsesionado en ordenar un convulsionado y cada vez más cosmopolita mundo urbano.
En la ciudad de Coni son evidentes las influencias de la Hygeia. A city of health, que el inglés Benjamin Richardson publicó en 1876 y que la Revista Médico Quirúrgica reprodujo en español ese mismo año, cuando Coni se desempeñaba como su director. Pero La ciudad argentina ideal o del porvenir condensa una trama de preocupaciones que sólo en parte coincidían con las de la ciudad concebida por Richardson o la agenda higienista de Coni de fines del siglo XIX. En efecto, en Hygeia los problemas sociales del crecimiento urbano e industrial han sido reducidos a problemas sanitarios; allí, al igual que en los trabajos de Coni de la década del ochenta, como Progres de l'hygiene dans la République Argentine, la percepción de lo colectivo estaba marcada por las impaciencias higiénicas y ambientales (1,2).
Hacia 1920, sin embargo, el mundo urbano que intenta reformar Coni tiene otras urgencias. De algún modo la distancia que media entre 1880 y 1920 es la distancia entre una prédica básicamente centrada en la salubridad y el equipamiento sanitario y otra que, reconociendo su importancia, ya ha incorporado y jerarquizado la dimensión del asistencialismo. La trayectoria profesional de Coni da cuenta de esos cambios: en 1880 era un obstinado promotor de la expansión de redes de agua potable y en 1920 un incansable organizador de instituciones de asistencia, prevención, moralización y bonificación social (2,3). Así, La ciudad argentina ideal o del porvenir puede ser leída como el resultado de una visión que apuntaba a contener y acomodar los embates de la cuestión social y los problemas urbanos incubados en el marco de la expansión económica agroexportadora. Su prioridad fue asistir y moralizar a los sectores populares urbanos que el aluvión inmigratorio había hecho crecer sin precedentes.
La ciudad imaginada de Coni es local, en el sentido que ofrece propuestas marcadas más o menos directamente por la Buenos Aires real en que vivía Coni, sin aventurarse a especular con cierto detalle sobre una nueva sociedad y el lugar que en ella tendrá el individuo, la familia, la mujer, la producción, el tiempo libre o el uso del territorio. Tal como ocurrió con la mayoría de los reformadores sociales de la época la cuestión de la vivienda estaba en el centro del proyecto de regeneración social que Coni estaba ofreciendo. Su ciudad no tenía conventillos, ni pensiones ruinosas, ni ranchos, y los poderes públicos y las empresas se hacían cargo de la construcción de casas y barrios donde "la contaminación física y moral en las viviendas de los trabajadores era un dato del pasado y la profilaxis de las enfermedades contagiosas había alcanzado su apogeo". Apostando a la educación de las masas populares en una operación de la que se obtendría "óptimos resultados, el obrero estará atraído por su vivienda higiénica y sonriente, y sus hijos no entrarán en la escuela del vicio desde sus primeros años. La raza será mejorada física y moralmente y la habitación colectiva no quedará en la historia sino como un recuerdo vergonzoso."
La ciudad de Coni luce como un barrio obrero modelo, donde la vivienda higiénica, decente y moderna se realiza en una idea de ciudad reformada donde se asoman influencias muy variadas, tanto de la tradición del city beautiful movement como del pintoresquismo del barrio jardín, donde no se cuestiona la cuadrícula existente y en donde una cierta monotonía en la edificación parece querer condensar una fuerte vocación igualitarista. Es un mundo urbano habitado por casapropistas que habían asumido como propios los ritos de la higiene, la veneración de la vida hogareña, las ventajas de un huerto-jardín que suavizaría el ajuste de una población de origen rural y ultramarino en un improvisado mundo urbano. No se trata de un mundo radicalmente utópico. En esos años muchos otros discutieron el casapropismo que se expandía al ritmo de la expansión de la cuadrícula urbana. El socialismo miró con reservas esa migración de inquilinos hacia una periferia carente de servicios básicos e infraestructura y propugnaba construir grandes casas colectivas de renta y más de un visitante extranjero en tiempos del Centenario repudió la cuadrícula como una evidencia casi retrógrada y totalmente incapaz de incorporar las novedades de la arquitectura pintoresquista entonces de moda. Pero para el reformismo público, encarnado desde comienzos del siglo XX en las figuras de técnicos municipales como Domingo Selva, Francisco Cibils, Benito Carrasco y otros, el mercado estaba convirtiendo a los trabajadores en propietarios. Con esa interpretación sintonizaban bien el registro literario y periodístico de Manuel Gálvez y Enrique González Tuñón y también el reformismo higiénico, del que la imaginada ciudad de Emilio Coni es un acabado ejemplo. Todos ellos encontraron en el casapropismo la alternativa "privada" que permitía descomprimir los abigarrados modos de habitar de los sectores populares en el centro y facilitar su integración como ciudadanos desde sus casitas en los barrios (4-8). No debe sorprender entonces que la ciudad de Coni sea un reflejo bastante veraz si no de toda la ciudad real, sí de los barrios que estaban emergiendo al compás de la expansión urbana, esto es, barrios de origen inmigratorio y criollo formados por sectores medios bajos, trabajadores, artesanos, comerciantes, empleados estatales, donde las funciones residenciales estaban punteadas por unas pocas industrias grandes y medianas, una multitud de talleres pequeños con bajo nivel de maquinización y pequeños negocios.
Pero el tema central -y la peculiaridad- de La ciudad argentina ideal o del porvenir es el asistencialismo. Se trata no sólo de un discurso que entendía la vida en la ciudad solamente en condiciones materiales mínimamente aceptables sino también de una red compacta de instituciones profilácticas y terapéuticas dirigidas y coordinadas por médicos, arquitectos e ingenieros sanitarios, todos ellos profesionales a quienes el propio proceso modernizador venía a legitimar en sus saberes específicos. Así, según Coni, el poder municipal debía controlar la acción filantrópica tanto en su versión asistencial -"protección y asistencia del niño, el enfermo, el anciano, el alienado, el desvalido, etc."- como en la de la higiene pública, la "profilaxis general, desinfección, bromatología, inspección veterinaria, etc."
La ciudad de Coni trabajaba sobre una exhaustiva clasificación de la acción terapéutica y asistencial según la edad, el sexo y las enfermedades. La protección de la infancia era una prioridad; niño y madre recibían el apoyo de numerosas instituciones estatales que no dejaban detalle sin atender. Para las mujeres embarazadas Coni mencionaba maternidades con asistencia de partos a domicilio, consultorios ginecológicos y cantinas maternales. En el caso de las madres solteras se indicaban asilos, donde las mujeres podían criar a sus hijos ganando al mismo tiempo un jornal. Para la niñez se contaba con dispensarios de lactantes, casas-cuna barriales, consultorios médico-preventivos, colonias de vacaciones, escuelas que ofrecían la copa de leche y el almuerzo, asilos maternales para huérfanos, indigentes o abandonados, colonias agrícolas y colonias permanentes para niños débiles. Para los trabajadores no faltaban los consultorios médicos y farmacias en las fábricas, las escuelas industriales y las escuelas profesionales de artes y oficios. Y para los indigentes ocasionales los asilos nocturnos, y para los vagos y atorrantes los asilos-talleres con trabajo obligatorio.
A través del asistencialismo, Coni reducía la ciudad a una unidad sanitaria donde reinaba la prevención, la vigilancia y las justas compensaciones al esfuerzo individual. La ciudad argentina ideal o del porvenir era una ciudad moderna donde se había logrado controlar la velocidad metropolitana, donde el ritmo de la vida barrial definía el ritmo de la vida urbana en general. Era una ciudad donde los tópicos de la reproducción y el consumo contaban más que los de la producción. El énfasis estaba en los lugares de la residencia; allí se palpaba un bienestar, modesto y saludable, al que accedía toda la población. Y para aquellos que por algún motivo necesitaban ser asistidos, una red de instituciones facilitaba las compensaciones y ayudas necesarias.
La ciudad de Coni presenta una explícita aspiración a construir un espacio sano. El centro de sus preocupaciones estaba puesto en tomar las riendas de un mundo urbano que crecía a ritmos asombrosos. Para lograrlo se trataba de hacer cumplir las recomendaciones de la higiene, adecuar el sistema alimentario, organizar los impulsos, hacer de la población pobre un niño limpio. Coni no imaginaba un mundo sin enfermedad y su ciudad parece haber aprendido a convivir con la tuberculosis y en menor medida con las enfermedades infectocontagiosas, en un equilibrio biológico y social garantizado por el asistencialismo. Su ciudad advierte sobre la existencia de un higienismo realista, no se sabe si como resultado de la coyuntural impotencia médica frente a ciertos males o como muestra de la aceptación que la enfermedad era parte de la experiencia humana.
La ciudad argentina ideal o del porvenir es regeneracionista. Es un modelo que no apunta a una completa reformulación de la sociedad y que, en cambio, enfatiza en la prevención, la profilaxis y una suerte de filantropía de Estado. Coni se colocaba así en una posición intermedia entre el pragmático y el utopista. Aceptaba la enfermedad y la locura, enfrentaba el problema de la multitud con la estrategia de segregar a los degenerados y a los enfermos agudos y proteger y asistir a quienes garantizaban que la sociedad puediera seguir funcionando. Por eso más que a las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo, su mirada estaba dirigida a las poblaciones y la ciudad. Su ciudad es, ante todo, una red institucional que debe asegurar salud y bienestar.
Coni ofrece un tutelaje humanitario, superador de los más clásicos criterios represivos y reclusorios con los que se había manejado la enfermedad, la anormalidad, la indigencia, la criminalidad. Sus hospitales y asilos debían dejar de ser lugares de exilio y la caridad debía ser reemplazada por la filantropía. Interviniendo en la escena pública y la privada con sensibilidad social, paternalismo y no pocas veces rigor, el Estado devenía en el gran actor no sólo de la lucha por la salud sino también del esfuerzo por evitar el deterioro físico y moral de la población. Los ingenieros sociales, y los médicos higienistas en primer lugar, eran la representación misma de ese Estado, los responsables de gobernar y manejar los conflictos y dificultades del ajuste de una multitud aluvional, inestable y por momentos peligrosa. En esto la ciudad de Coni parece retomar las clásicas figuras de los guardianes del orden en Platón o la élite de científicos y técnicos que todo lo controlan, como ocurre en Francis Bacon, Marie Jean Condorcet, Herbert George Wells y, muy en particular, en la Freiland de Theodor Hertzka con sus médicos funcionarios de Estado (9,10). Así, La ciudad argentina ideal o del porvenir expresa la fuerza del reformismo público encarnado en profesionales y técnicos bien posicionados en la burocracia estatal y municipal que impulsan iniciativas filantrópicas y asistencialistas destinadas a gestionar una prosperidad urbana garante de una cierta armonía social, transformar las costumbres en la escala hogareña y facilitar la ampliación de la ciudadanía social y la emergencia de nuevos actores sociales.
Figura 1. FRAGMENTO DE LA PORTADA DE LA SEMANA MÉDICA. AÑO 1919.
Fuente: La Semana Médica. 1919;XXVI(14):331.
Figura 2. ARTÍCULO ORIGINAL DE EMILIO R. CONI, PUBLICADO EN LA SEMANA MÉDICA. AÑO 1919.
Fuente: La Semana Médica. 1919;XXVI(14):342-345.
NOTAS FINALES
a. Estas notas son parte de un libro de próxima aparición titulado La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870- 1950. Buenos Aires: Edhasa; 2007.
b. Dado que es un texto de difícil acceso, se reproduce a continuación del presente artículo, un fragmento de la portada de La Semana Médica y el texto completo de La ciudad argentina ideal o del porvenir de Emilio R. Coni.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Richardson B. Hygeia, la ciudad de la salud. Revista Médico Quirúrgica, publicación Quincenal. Órgano de los Intereses Médicos Argentinos. 1876;(12):113-186. [ Links ]
2. Coni E. Progres de l'Hygiene dans la République Argentine. París: Bailliere; 1887. [ Links ]
3. Coni E. Memorias de un médico higienista (Contribución a la historia de la higiene pública y social). Buenos Aires: A. Flaiban; 1918. [ Links ]
4. Gálvez M. Historia de arrabal. Buenos Aires: Agencia General de Librería y Publicaciones; 1922. [ Links ]
5. González Tuñón E. Parque Patricios. Caras y Caretas. 1925. (Nº 1419). [ Links ]
6. Selva D. La habitación higiénica para el obrero. Revista Municipal. 1904;5(12):1-3. [ Links ]
7. Carrasco B. La ciudad del porvenir. Caras y Caretas. 1908. (Nº 490). [ Links ]
8. Cibilis FR. La descentralización urbana de la ciudad de Buenos Aires. Boletín del Departamento Nacional del Trabajo. 1911;(16):610-616. [ Links ]
9. Munford L. The story of utopias, ideal commonwealths and social myths. New York: Knopf; 1922. [ Links ]
10. Manuel FE, Manuel FP. Utopian thought in the Western World. Cambridge (Mass): Belknap; 1979. [ Links ]
Recibido el 2 de Febrero de 2007
Versión final presentada el 8 de marzo de 2007
Aprobado el 20 de marzo de 2007
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